lunes, 17 de octubre de 2011

La locura de la avaricia


Uno de entre la gente pretende que Jesús se implique en un problema legal de herencia contra su hermano, que no le atiende como manda la ley, por avaricia.
Jesús se excusa. No ha venido a juzgaren sustitución de gente competente. Pero aprovecha el incidente para hablar del sentido destructor de la codicia. Es una forma insaciable de posesión invasiva de los derechos del otro, que enfrenta al ambicioso con el sentido de la justicia equitativa entre unos y otros.
El avaricioso va más allá de lo que necesita, dispuesto a poseer sin límites. Por lo tanto, la codicia es una forma de violencia, que envilece el corazón del hombre, hecho para amar el bien, la paz y la justicia, y no para sustituir a Dios por las cosas.
Jesús con su parábola muestra al vivo cómo, quien vive alocadamente, dispuesto a poseer sin tasa, acaba tan absurdamente como vivió, ya que se muere como se vive. Quien vive de manera atropellada, muere descentrado y roto. Como ese hombre codicioso que pisotea a su hermano.

Reflexión: La dolçaina y el tabalet

Hoy mismo me he cruzado con un grupo presidido por la típica pareja de los tradicionales tocadores de la dolçaina y el tabalet. Hay escuelas para la enseñanza de esta afición que estaba perdiéndose. La valoración de lo diferencial en las autonomías, ha rescatado este valor de música popular. No seré yo quien discuta si se trata o no de crear artistas virtuosos en la interpretación musical, bien que su intervención en las fiestas, da un toque de sabor local a los festejos patronales de los pueblos. La suya es una música alegre, de ensortijadas melodías, sin otros instrumentos que esa especie de diminuida chirimía y su inseparable acompañamiento rítmico de la caja. Son un conjunto sobrio y suficiente, que en ocasiones acompaña movidos bailes populares. El pueblo tiene su lenguaje y su cultura, cuya expresividad conviene mantener despierta y en uso.

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