lunes, 10 de octubre de 2011

Piden una señal

Piden un signo, como quien juega con la misericordia de Dios, como quien le exige que se identifique. Se resisten a creer en un hombre que se acredita como Hijo de Dios, respaldado por hechos prodigiosos, en cuyo caso prefieren creer en el demonio.
El signo por excelencia es Jesús mismo, como Jonás lo fue en Nínive, aunque sin el recurso de lo maravilloso para hacerse creer.
Bienaventurados los que creen sin haber visto, enseña Jesús. Bienaventurada tú porque has creído, dice Isabel a María. Los mismos discípulos de Emaús, empezaron a creer en Jesús justamente cuando ya no estaba, y dieron en abrir los ojos de la fe.

Rerflexión: Fuegos artificiales


Estamos en fiestas y la bonanza del tiempo otoñal favorece su disfrute. Ayer mismo, mientras, ya anochecido, rezábamos en el oratorio, un estruendo repentino anunció el comienzo de unos fuegos de artificio con que la gente participaba del júbilo general. Lo cierto es que el ruido aislado, sin el acompañamiento de la luz, es sólo escandaloso estremecimiento de aire. Conjugado con los vistosos fogonazos de color, armónicamente dispuestos por el artesano de turno, añaden un toque de ensoñación y fantasía a los actos conmemorativos. El ruido solo es sólo eso, pauta vacía, esqueleto mondo y lirondo de un un organismo inerte. No es ciertamente el mejor acompañamiento para rezar recogido, atento y piadoso. Valga todo, eso sí, por la alegría que embarga a los demás.

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