Los evangelios no nos describen gestos que bien hubieran satisfecho nuestra curiosidad, ya que los gestos son signos que expresan lo que las palabras no dicen, bien que a menudo acompañan y refuerzan el lenguaje hablado. En el evangelio, los gestos no reflejan comportamientos ocurridos históricamente, sino actitudes destacables cuyo sentido nos importa desvelar a nosotros.
En ocasiones, con formulas repetitivas, nos dicen que en tal o cual situación, como sucede aquí, Jesús alza los ojos, porque ha reparado en algo cuyo interés quiere compartir con nosotros. Es como si se nos dijera: fijaos en esto que también a vosotros debe llamaros la atención, ya que Jesús lo tiene en mucho. Es una exhortación, por tanto, a que nos detengamos a considerar lo que quiere destacar y hacernos ver Jesús.
Ocurre, por ejemplo, en el templo. Un hombre rico echa displicente en el arca de las ofrendas una cantidad considerable de dinero, mientras una pobre mujer viuda pone apenas unas monedas de nada. El rico da de lo que le sobra; la mujer da mucho más, porque da todo lo que tiene.
Esto es lo que conmueve y hace detenerse a Jesús: la dadivosidad de la pobre mujer, el corazón sin límites de una mujer pobre. Alzando Jesús los ojos, reparó en tan bello gesto, reparó en la diferente manera de ser unos y otros. No paséis de largo vosotros.
Con idéntica intención, los evangelistas nos harán reparar en el especialñ relieve de hechos como la bendición del pan.
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