viernes, 12 de noviembre de 2010

La beata Ángela de Foligno

         Comentando la inesperada conversión de la beata franciscana Ángela de Foligno, concluía el papa, hace poco, que Dios tiene mil maneras de mostrar que existe. La realidad de Dios es multiforme, por inabarcable; las manifestaciones, pues,  de su inmensidad, como un mar sin orillas,  tampoco tiene límites
Ángela vivía como si Dios no existiera. Y de pronto, un día, da en alejarse de radical manera de su vida disoluta, a instancias de san Francisco, que en sueños le reprende la fealdad de sus devaneos. Tan alta consideración tiene efectos inmediatos. Con todo, vive largamente la vida de Dios bajo la sombra de un sentimiento de vergüenza de sí que la acongoja, y compelida desde lo hondo de sí a darle algo suyo, lo que sea, que merezca la pena a cambio del perdón que necesita, descubre anonadada que no tiene nada que darle sino a sí misma.
Su espiritualidad se enardece por momentos, aunque sin lograr apagar del todo ese íntimo rescoldo de indignidad que se reprocha inclemente. Será la oración la que le desvele el significado profundo del Cristo crucificado, todo amor, con lo que se le irá desdibujando tan agrio reconcomio, al tiempo que frecuenta sedienta la fuente de ese amor divino. Llegará a alcanzar, al fin, el pestillo que deja franco el portillo de su identificación con él.
La inmensidad del amor de Dios tiene mil maneras de manifestar que existe, y dispone de una en concreto para cada cual de hacérsenos presente, desde la gracia impagable de su amor resucitado

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