Consignemos que en la antigua plaza de Cantavieja, bastión que fue de enconados carlistas, figura un amplio ventanal, partido por dos finas y esbeltas columnas que rematan sus correspondientes lóbulos góticos de piedra blanca. El hueco da a un balcón con barandal minuciosamente forjado en hierro, que bien merece la pena detenerse reposadamente en su contemplación para llenarse uno de su encanto.
En el umbroso pasadizo del fondo que da al mirador, una viga muestra las hoscas hendiduras ocasionadas por la soga con que se ahorcaba a los forajidos. En la pared, una serie de rayas sucesivas grabadas en piedra, cuentan el número abominable de los sentenciados a tan ominoso final.
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