Cada estación tiene su propia manera de llover, torrencial, pertinaz, a intervalos, de sopetón, fría, ardiente. Esta lluvia otoñal, sin llegar a ser cálida, suaviza un tanto la aspereza del frío de Teruel, que merece ya la denominación de origen, por la singularidad de su seca intensidad con que templa el aromático jamón local.
Este agua fina y silenciosa, casi invisible y persistente, viene a limpiar los rincones de las calles de la ciudad, habitualmente sucias. mingitorios nocturnos de maleducados y gamberros. Llegó como de puntillas, a medianoche, sin despertar a nadie; se deja ver a ratos durante el día, y se va de la misma manera que ha llegado, callada y discreta. La Escritura diría que se ha recogido en sus silos. Y es que Teruel es pequeño, pero acogedor, como los antiguos hogares con la leña ardiendo al pie de la chimenea. Lo dicen todos. ¿Y la nieve? En Teruel capital, ya casi no nieva., por más que hay excepciones notables. Alguien me dice: Demasiado alto para que llueva y demasiado bajo para que nieve. Con relación a sus montañas, claro.
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