miércoles, 3 de noviembre de 2010

Rosas en el claustro

        Aún quedan algunas rosas en el jardincillo interior del claustro, que las inclemencias de la lluvia han ajado no poco. Dicen que la rosa europea fue cruzada con otras rojas procedentes de China, traídas por los antiguos comerciantes de la seda, y resultó la corriente de color encarnado. Desde antiguo, fueron muy apreciadas por culturas como la babilónica y la grecolatina.
El Espasa dice que de ella que es “notable por su belleza, la suavidad de sy fragancia y su color, generalmente encarnado poco subido”. Las hay de variados colores, blancas, rojas, negras, azules, amarillas y de mil clases, cada cual con su nombre distintivo, Ofelia, Victoria, Gloria del bosque, Modestia, Paz, de te, de pitiminí, de las cuatro estaciones, de mar, de río, etc...
La austeridad de la espiritualidad judía no se asomó demasiado al esplendor perfumado y perfecto de la rosa. Sólo Jesús de Sirac, en el Eclesiástico, la cita una vez, con sentido figurado, en el capítulo 38, para decir a los jóvenes que crezcan “como rosa que brota junto a la corriente”.  En Sevilla, se venera a la Virgen María bajo la advocación Virgen de la rosa, y no falta alguna sociedad secreta que la ha convertido en su sello distintivo, petro ésta a mí me huele mal.
Los poetas han cantado siempre el carácter efímero de su belleza y la proponen como dechado de perfección. Juan Ramón Jiménez aconseja a los poetas, por eso, no retocar nunca un poema en detrimento de su espontaneidad, “porque así es la rosa”.

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