Nando, el dibujante humorista, muy insinuante, tiernamente irónico a veces, ha sabido exponer sin palabras, con los ágiles trazos de su pluma, el interés que suscita una solitaria flor, en el ánimo sorprendido de un niño que contempla absorto desde el disfrute de tanta sencilla belleza. El dibujo centra inteligentemente todo el interés del que lo mira en la flor, que he querido acentuar pintándola de rojo, y secundariamente, en el gesto curioso del niño, que la admira como si fuera la primera vez, tumbado e inmóvil en el prado.
La contemplación de una flor no dice mucho al hombre preocupado, precipitado, con prisas, de nuestros días. Para él no deja de ser una inútil cursilería. El niño, no marcado todavía por el humo negro de la contaminación laicista, ese fanatismo mal disimulado, se sume en un gozo indescriptible. ¿Cómo una cosa tan simple y frágil como una flor puede ser tan hermosa y arrebatarle a uno así?
Aprendamos de todo ello la humilde sencillez que alababa Jesús.
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