Nadie sabe bien cómo era el claustro del antiguo convento del siglo XV, derruido por su estado ruinoso, para edificar en el solar resultante el del convento actual. Consta que disponía de dos patios interiores, lo que declara su monumentalidad. Algo como lo que, en siglos pasados, ocurre en la iglesia de Santa María de Enmedio, cuyo claustro-claustra dicen los documentos-se allana para posibilitar la ampliación y conversión de la colegiata en catedral.
El claustro actual de ladrillo rojo sobre base de limpia piedra, luce su armónica hechura gótica, bien proporcionado, aligerados sus gruesos muros por amplios y luminosos ventanales, en el piso inferior, y rematados con arcos conopiales en el superior, a la manera del pórtico del De profundis que media entre la iglesia y la sacristía.
El patio interior ofrece, al fondo, una esquina ajardinada a su izquierda y un ciprés gigantesco a su derecha, que sobrepasa la altura del edificio, un raro ejemplar de aspecto desgarbado y frondoso que da fiel cobijo a urracas y gorriones. Centra el patio un artístico grupo escultórico de hierro forjado, obra de Gonzalvo, con las figuras de san Francisco y los mártires fundadores del convento, fray Juan de Perusa y Pedro de Saxoferrato.
Dos grandes puertas enfrentadas, de metal ampliamente acristalado, situadas en la cabecera y fondo, abren el claustro a los devotos que acceden al brocal del pozo, excavado en su día por los mártires, para surtirse de agua que consideran curativa y beneficiosa. En el claustro antiguo, un oratorio señalaba el lugar donde estuvo enclavada la ermita a cuyos lados habitaron, en sendas celdas, los santos mártires.
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