Sorprende que una reina dé de lado de modo tan radical a las comodidades de la corte, prefiriendo dedicar lo mejor de su tiempo al cuidado de enfermos y desvalidos. Viuda de su esposo el rey, se entrega de lleno a tan noble quehacer en el hospital que ella misma fundara, y es destacable el gesto honroso de cargar ella misma, en más de una ocasión, sobre sus espaldas a más de un paciente, cuando lo exigió la necesidad.
La humildad es una escalera por la que se baja escalón a escalón, hacia abajo siempre. Y es infrecuente que una reina dé un soplamocos al boato que la ha venido acunando desde niña, para descender humilde y acogedora hasta la estampa bochornosa del hombre roto por la miseria, la enfermedad y el desamparo.
No poco tiene que ver en todo ello su devoción a san Francisco de Asís, en quien fija su ideal preferente de vida, al momento de seguir el evangelio según el modelo que imprimió en ella con su ejemplaridad el santo, y a fe que no desmereció ni un ápice de él. Terciaria franciscana, tiene aún mucho que decir al hombre acomodado y displicente de nuestros días.
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