lunes, 1 de noviembre de 2010

Vocabulario incómodo

        Hay palabras y palabras. A la par de ciertas palabras que nos producen una grata impresión al decirlas u oírlas, las hay incómodas y hasta repugnantes. Las unas las paladeamos, en tanto que escupiríamos las otras. En ocasiones no es el sonido de sus fonemas lo que nos incomoda, sino que, psicológicamente, la palabra incide en lo que significa, y la impresión que produce su significado llega resultarnos repelente.
Desde este punto de vista, hay palabras soeces, groseras, ofensivas, insultantes. Las hay que nos desagradan a nivel espiritual. Una en concreto, con una serie de sinónimos detrás como facetas de una misma realidad, me desagrada irremediablemente, en cuanto se me antoja la papelera de toda malicia: la palabra demonio, con su sombra de acompañantes: diablo, satán, satanás, belcebú, leviatán, lucifer, y alguna otra acepción más. Sé aun de personas que la usan como simple interjección inofensiva y hasta con familiaridad: ¡Demonios! ¡Diantre! No seré yo quien corra el riesgo de invocarle tan desprevenido. Es un término perteneciente a lo que Pemán llamaba la mala lengua.
A cambio, gustar del noble sabor de la divina palabra, relaja el espíritu y serena el ímpetu de nuestros despropósitos. ¡Bendito sea Dios que accedió a hablar a los hombres, permitiéndonos tratarle a él de tú a tú! ¡Gracias a él por su Palabra!
      ¡Palabra!





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