domingo, 14 de noviembre de 2010

¡Ay del que abusa de la bondad ajena!

          Esta podría ser una advertencia evangélica a quienes se aprovechan inicuamente de la debilidad de los demás en favor propio. Abusar de un hombre bueno porque es bueno y temeroso, excederse frente al pusilánime porque carece de coraje para defender su independencia, prevalecer sobre el hombre encogido y enfermizo, el anciano, el disminuido físico, es procedimiento reprobable y canallesco que incide en acoso pecaminoso y delictivo.
El atropello cobarde del que se beneficia de la docilidad humilde del otro o la inofensiva poquedad ajena, anega de perversidad su despótica voluntad, al someter a servidumbre la sagrada independencia y libertad natural del hombre, atributos que mejor caracterizan a la persona humana. Explotar la libertad del otro es un intento despótico de desfigurar su boonomía. Sólo desde la arbitrariedad inicua que vicia y ennegrece la voracidad aprovechada de un ser inhumano, cabe pensar que un hombre acceda a convertirse, en provecho propio, en un lobo para con otro hombre, cegado por su amoralidad.
Pero hay que avisar al hombre bueno de que justiprecie el buen sentido de la bondad, para que estudie el modo de protegerse de la iniquidad egoísta del hombre deshumanizado que le acogota, antes que caer en el buenismo.

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