viernes, 5 de noviembre de 2010

Las flores de Todos los Santos

 
       He visto ya ajadas los prietos ramos de flores con que la gente, el día de Todos los Santos, engalanó ensombrecida por los recuerdos, las frías lápidas del cementerio, que es como engalanar el paso del tiempo y la añoranza. Y hay quien conmemora la delicadeza con que el ser querido que allí reposa, cultivaba su sensibilidad con la preferencia bienoliente de unas determinadas flores, que son las elegidas ahora para este homenaje familiar a la memoria entristecida del difunto. Sólo que el tiempo, enfermo de pena. Ha acabado por amarillear de tristeza, como las manos de los difuntos.
Cristo también murió arropado por el llanto de los suyos, y la madera de una cruz era su mortaja gloriosa. A los pies de la cruz no pongáis otras flores que las que sangran rojas como el destrozo de sus divinas llagas. A los pies de la cruz no pongáis sino zarzas y rosas, porque así fue el dolor de su martirio.
El dolor es del color con que se sufre, y el de hoy es morado y triste, por más que, un poco más allá de lad cosas, está siempre, como esmerilado por nuestros descuidos, Cristo Jesús, nimbado con la luz resucitada de su nueva vida.

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