martes, 23 de noviembre de 2010

El publicano y el fariseo

La pintura surrealista va ganando adeptos, porque es inteligible y luminosa, y aumenta con la misma proporción el número de artistas que la profesan. Es un ángulo desde el que la visión de las cosas resulta gozosa, toda vez que el pintor desata en ellas su imaginación, dejando que la lírica se encarne en el pincel enamorado de la belleza. No desdice del grupo de tales artistas Vladimir Kush, un creador, pintor y escultor, en quien además se atisba a veces su formación religiosa.
Se advierte esta faceta suya, por ejemplo, en la acertada manera como interpreta aquella callada confrontación evangélica entre un fariseo y un publicano, mientras oran los dos el en templo. El fariseo, pagado de sí, reza altivo, de pie, en lugar destacado y visible. El publicano aparece encogido y humillado en un rincón, abrumado por los extravíos de su conducta. El fariseo muestra a Dios las garantías de su bondad enumerando arrogante sus buenas obras que hacen supuestamente de él un hombre intachable y justo, en tanto que el publicano, avergonzado, se limita a pedir perdón por sus culpas.
Jesús traza una clara línea divisoria entre uno y otro y concluye privilegiando el buen sentido y saber estar del publicano. Él y no el fariseo saldría del templo iluminado por la divina y compasiva mano de Dios.
El pintor registra ese momento, como podéis ver, de muy plástica manera, y por alguna razón misteriosa que no sé si acierto a adivinar, las dos figuran constituyen un número bíblico y apostólico, el doce. Doce eran las tribus; y los apóstoles, también doce.

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