Jesús quiere aquí persuadirnos de que cuando se pide algo con insistencia, la persona importunada acaba por claudicar, aunque sea para librarse de nosotros. El que pide recibe, dice Jesús; el que busca encuentra, al que llama se le abre. Aunque a veces lo pongamos en duda, Dios atiende siempre nuestras oraciones.
No temamos molestar a Dios con nuestras plegarias. Es él quien lo quiere, y a menudo, hasta se hace de rogar.
Reflexión: El caballo de D. Quijote
El caballo de D. Quijote era un jamelgo escuchimizado, enteco, aunque persuadido de provenir de una estirpe que no se avenía con la verdad de su genealogía manchega y llamado a un destino glorioso que, cuanto más, daba razón de un bien aprendido gesto de altivez, impropia de un caballo sin currículum ennoblecedor y el idealismo de su audacia. El caballo de D. Quijote, según malas lenguas, estaba más loco que un cencerro y no llegó a distinguir bien una alcuza de un libro de caballerías. Su memoria era rencorosamente selectiva y aun no se sabe por qué, no quiso recordar nunca el nombre de su pueblo, sumiendo a los estudiosos en interminables disquisiciones.
El borrico de Sancho era pequeño, rechoncho, vulgar, sin pretensiones, acostumbrado a llamar al pan pan y al vino vino. Pero era un asno fiel, sufridor, atento a las descalabraduras que tenían abollado el caletre de su señor, el caballo de D. Quijote. ¡Cuantas veces, al ver a su señor equino malparado, pensaba para sus adentros: está como una esquila, pero es mi amo!
Miguel de Cervantes los tenía en poco, la prueba es que mientras asiste a la muerte del hidalgo y le devuelve la cordura para que muera como Dios manda, se olvida del caballo y del borrico, y los deja a su ventura, sin dueño y sin perro que los ladre, entregados a su suerte y a sus sueños nunca cumplidos, o como el caballo pensaba del asno: Muera Marta y muera harta, o el pollino de su dueño: ¡No se enfrente a la muerte así, desnudo, que son molinos!
El borrico de Sancho era pequeño, rechoncho, vulgar, sin pretensiones, acostumbrado a llamar al pan pan y al vino vino. Pero era un asno fiel, sufridor, atento a las descalabraduras que tenían abollado el caletre de su señor, el caballo de D. Quijote. ¡Cuantas veces, al ver a su señor equino malparado, pensaba para sus adentros: está como una esquila, pero es mi amo!
Miguel de Cervantes los tenía en poco, la prueba es que mientras asiste a la muerte del hidalgo y le devuelve la cordura para que muera como Dios manda, se olvida del caballo y del borrico, y los deja a su ventura, sin dueño y sin perro que los ladre, entregados a su suerte y a sus sueños nunca cumplidos, o como el caballo pensaba del asno: Muera Marta y muera harta, o el pollino de su dueño: ¡No se enfrente a la muerte así, desnudo, que son molinos!
Rincón poético
LAS MANOS ATADAS
El miedo cerraba tu boca,
las manos atadas
por tu indecisión.
Con recios candados
tapiaron tu puerta.
No supiste vencer el temor.
Naufragios ajenos rogaron tu auxilio.
Te faltó coraje,
te faltó valor.
Te negaste a lanzarme tu ayuda
mientras yo me hundía.
Hoy le pido a Dios
que restriegue tus manos, tu boca
con el beneficio
limpio del perdón.
No tengo otra cosa que darte.
No tengo otra cosa mejor.
(De Paseando mis sueños)
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