martes, 9 de octubre de 2012

Marta y María

    Parece ser ésta la ocasión en que Jesús conoce por vez primera a la familia de Lázaro, con quien entabla una amistad entrañable. Se nos dice que iba de camino y fue hospedado en una casa por Marta, hermana de María.
    La escena no puede ser más doméstica. Marta, la hacendosa, atiende las faenas de la casa, mientras la pequeña María escucha al maestro, sentada a sus pies.
    Los evangelios destacan la complementariedad de los dos temperamentos de ambas hermanas, activa la una y contemplativa la otra. Marta es servicial. María, a los pies de Jesús, adopta la posición propia del discípulo que escucha, como le escucharían igualmente los discípulos, sentados en torno suyo.
    La posición sentada facilita escuchar; la actitud que la Iglesia recomienda a todos los fieles. Aprendamos nosotros, además, a escuchar disponiendo el ánimo a recibir la palabra de Jesús, que hace presente el Espíritu de Dios.

Reflexión: La magia del ordenador

    El ordenador es como un hijo enfermizo. A las primeras de cambio le sobreviene un achaque que uno no acaba de aplicarle el remedio casero preciso y hay que recurrir al experto que maniobre en sus confusas entrañas y le dosifique no sé qué medicación mágica. No hay que extrañarse; mágica fue la medicina en sus orígenes y magos quienes la ejercían, sabedores de plantas y sahumerios. Algo de mágico tiene el misterio del ordenador, y la magia, ya se sabe, te esconde una carta en no sé qué entretelas o desde un sombrero de copa te da gato por liebre. Yo preferiría un ordenador más artesano, menos trascendente, que me diera los menos sustos posibles. ¿Es mucho pedir?

Rincón poético

          LENITIVO

No dejes que te crujan como huesos
frágiles las heridas
que te infirió cobarde una mano de acero.
Tacha con las esponjas del olvido
cualquier resentimiento
y estar siempre excavado,
en las cenizas de tu propia sangre,
tu desazón. No existe
la herida que no sangra. Ha restañado
tu indiferencia el sufrimiento
que te curtió. Serás más fuerte
si lo es tu actitud. Dale las gracias
a quien te acompañaba, la rodela
que rechazó los golpes más certeros,
y pide a Dios perdón
de que hayan cultivado tu rencor,
entre la espiga y la amapola,
cardos de acero donde tus dos manos
afilaron a veces las espinas
con rojas piedras de rodeno.

(De Paseando mis sueños)

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