viernes, 5 de octubre de 2012

Temporas de acción de gracias

    Las témporas son un tiempo litúrgico que nos remonta a épocas remotas en que la economía se reducía a la agricultura y la ganadería. Segado el trigo y acabada la vendimia, con que se cubrían las necesidades más perentorias del año, tocaba dar gracias a Dios por los beneficio recibidos y del comienzo a un nuevo año, pidiéndole que les fuera tan propicio como lo había sido hasta entonces.
    Las témporas tienen por lo tanto doble vertiente, el tiempo pasado de acción de gracias a Dios su benignidad, y el tiempo venidero que había que preparar teniéndole propicio para que se no alejara de nuestras necesidades.
    Con el tiempo, a pesar de los cambios, la obligación de ser agradecidos a Dios por los beneficios con que nos muestra su solicitud, sigue siendo tan actual ahora como entonces. Por eso el evangelio nos enseña a pedir lo que no tenemos y necesitamos; pero ante todo, hemos de pedir para atender a los demás.

Reflexión: El gozo pausado de envejecer

    No sin cierta rebeldía y escaso convencimiento, hace unos años se decía que la arruga es bella.  La arruga no es bella; la arruga es al rostro lo que unas grietas en los rotos muros de un convento. Pero una cosa es cierta. El vino envejece bien en la bodega. Sin embargo, lo peor que le puede ocurrir a un hombre es envejecer en un museo solitario; acabas oliendo a muerto. Importa muco el contexto en que se viva. No somos islas con un cocotero. En todo caso, hay hombres que envejecen bien, sanos de cuerpo y la mente clara, limpios el corazón. Y vivir así, feliz y sereno, aunque envejezcas, es un modo de vivir bien la vida, en gracia de Dios. Con todo, envejecer es dejar de ser cada día a jirones y no se sabe si ha hecho uno todo lo que tenía que haber hecho y lo ha hecho bien. Dios dirá.

Rincón poético

     LOCURA DE AMOR

Donde hay vida hay amor. El atractivo
del amor nunca cesa. Es una fuente
alimentando inagotable un río.
No cesa el sol, de enjabelgar el día
con la blancura de su claridad.
El corazón respira
amor. Tiene los labios
y los brazos a punto, como el lobo
su salto sorprendente.
No necesita ni siquiera
propalarlo el amor. Es como el fuego
que alimenta la fragua, silencioso.
A veces se desborda
saltando las orillas, doblegando
juncos y madreselvas, declarando
que su pasión no admite contenidas
maneras de expresión. Así la furia
del corazón de Dios mandando al Hijo
inmolarse en la roca inconfundible
donde ejecutan malhechores.
Así mata el amor, así la vida,
contusa, derribada
a los pies de la muerte.

(De Paseando mis sueños)

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