viernes, 19 de octubre de 2012

La levadura de los fariseos


Jesús reprueba a los jefes religiosos del pueblo, culpables de que la gente no preste atención a sus palabras. Y prevé que también sus discípulos, en la misión futura de predicar su palabra, tendrán que hacer frente al mismo atasco, y aún a la amenaza de su muerte. Les recomienda entonces que no teman a quienes sólo pueden matar el cuerpo. 
Hay que vivir a pleno día, sin halagar a nadie por poderoso que sea. El profetismo comporta saber denunciar los males de nuestro mundo, pese a quien pese. La divina protección no les faltará nunca. El mismo Dios que no olvida ni a un insignificante pajarillo que se vende por casi nada, no dejará de estar atento a quienes se exponen y lo dan todo por él. A todos los lleva en su corazón. A todos nosotros nos lleva en su corazón.

Reflexión: Frases hechas o lugares comunes

Las designamos de un modo o de otro. Hay frases hechas, que nos sirven de relleno en el lenguaje, síntoma a veces de nuestra pereza mental, reacia a discurrir y cuidar la novedad que enriquece siempre la expresión. Los lugares comunes evitan dar variedad al lenguaje, ese tesoro que bien merece nuestra estima y esmero. Ocurre por ejemplo cuando, distraídos, hemos echado en falta algo que teníamos que haber hecho o comunicar puntualmente, y nos excusamos diciendo que se nos ha ido el santo al cielo. Los santos no tienen culpa de nuestros olvidos. 
A propósito. Un famoso bufón, herido de muerte por un noble, ofendido en su dignidad con sus cuchufletas del enano, a punto de morir fue requerido por otro bufón amigo suyo para que no se olvidase de él ante la divina misericordia de Dios, a lo que repuso el demandado: Me haré un nudo en un dedo para acordarme.

Rincón poético


RONDA DE MUERTE

Quise rezar; no pude.
Quise alzarme, tampoco.
Mis dos manos caídas
pesaban como el plomo.
¿Qué me estaba pasando?
Una gran sombra en torno
tiznaba las paredes
de mi alcoba. Y de pronto,
un cura, junto a mí,
musitaba un responso.
Quise hablar y fue entonces
cuando mi aliento torvo
exhaló blanquecinos
remolinos de polvo.
Me palpé y noté al punto
oleadas de lodo,
y la muerte, furtiva,
me invadía del todo.
Quise rezar; no pude.
Quise alzarme, tampoco.
Por favor: cuando muera,
no me enterréis muy hondo.
Dios me estará esperando. 
¡Quiero encontrarle pronto!

(De Paseando mis sueños)

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