martes, 30 de octubre de 2012

Parábola de la mostaza

    La mostaza es una simiente mínima que llega a desarrollarse como un arbusto de grandes proporciones, con su amplia fronda.
    El hilo del que hay que tirar para descifrar la parábola es el tema del Reino. El Reino de Dios anida en el corazón del hombre como la semilla en tierra. De manera imperceptible va tomando cuerpo y ocupando el espacio que el hombre destina al amor, porque es en el corazón del hombre donde el Reino de Dios entronizará el señorío de Cristo. 
    De la misma manera que el grano de mostaza llega a hacerse un arbusto de pronunciada altitud, la semilla del Reino de Dios, crece lentamente, pero sin cesar, hasta alcanzar su plenitud en el corazón del hombre.  Se llama por eso a estos relatos parábolas del crecimiento.


Reflexión: No sé su nombre

    Hay una pequeña planta de hojas gruesas que dicen suculentas y que todos los años, al iniciarse los días fríos del otoño, vuelve a rebrotar, al pie de una de las paredes de la terraza, en la rendija de unos ladrillos desnudos de yeso. Pervive hasta el estío, donde se agosta, después de dar una espiga cónica de diminutas florecillas con su polen amarillo. Hoy he vuelto a descubrir su inicial presencia. ¿Cómo se llamará esta diminuta planta? No sé de dónde o quién aprendí que sus hojas están a salvo del picoteo de los pájaros. Son venenosas. Es la defensa letal de los débiles en la naturaleza. Un revulsivo que atemoriza a sus presuntos depredadores. ¡Vaya con los débiles!

Rincón poético

UN PUEBLO ABANDONADO

Es un pueblo vacío, sin palabras,
las calles arrolladas por la incuria,
donde nadie se quiere y nadie reza.
Roto el tejado de las casas,
cenicientos los campos,
pareciera que todos están muertos.
Así, un único fruto solitario
en una rama escueta que ha perdido
sus hojas. Nadie asiste al nacimiento
del día ni contempla atardeceres
que siguen encendiendo el cielo azul.
Lo frecuentan la zorra, los gorriones,
el verdoso lagarto y enigmático
y el búho pensativo, tan perplejo.
La torre de la iglesia
tiene torcida la veleta;
la ha abandonado cabizbajo el viento,
Sus calles solitarias no recuerdan
los rebaños de ovejas y el sonido
cansado de los bueyes y el cencerro.
Ariscas calles descarnadas
que enrojece el rodeno.
Huelen a salvia y a tomillo,
a paja y cementerio.
Por los tejados, remolón y esquivo,
pasea un gato negro
que no quiso emigrar, fiel a la tierra
y a la tristeza gris de sus recuerdos.


(De Paseando mis sueños)

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