miércoles, 31 de octubre de 2012

Condena de la pereza

     El seguimiento no es un paseo cómodo y despreocupado hacia Dios, sino un camino angosto no falto de contrariedades.
    Jesús va de camino. Ochenta y ocho veces usa Lucas este término de ir caminando, frente a ciento cincuenta en todo el Nuevo testamento. Si Jesús es el camino, caminar es la condición propia del cristiano. Un modo de andar que compromete a trabajar por el reino, frente a la pereza de vivir demasiado instalado.
    Jesús dice que son muchos los que comieron con él, estuvieron y compartieron momentos de su vida, y llamarán luego, en vano, a su puerta para que se les abra. Lo que condena Jesús aquí es la molicie, la indiferencia, la pereza. No haremos mal en pedirle que nos ayude a librarnos de todo entorpecimiento, del peso de la inercia que impone un mundo fácil que nos necesita.


Reflexión: El color de las hojas del otoño

    Las hojas del otoño son siempre tristes. Una hoja otoñal tiene sus maneras propias de ser. La identifica su color cambiante. Desde su color inicial verde, inicia un recorrido por el  propio arco iris de su decadencia. Empieza a amarillear y pasa seguidamente a investirse de un color ocre más cálido o bien arde en un rojo intenso que embellece el árbol. Un olmo intensamente rojo es una llamarada de gloria que sublima la visión del paisaje. Es el momento de desprenderse de la rama donde nació y vivió el verano. En tierra, en la medida que se reseca, va adquiriendo un color amarronado de vetusto pergamino que ennoblece su vejez. No pesa; es casi un papel que nadie quiere. Y un día, un ramalazo de viento la levanta en el aire, como en un rapto, y la transporta a no sé dónde. Las hojas secas hallan su cementerio en cualquier rincón donde apunte un puñado de tierra. Las hay más perdurables, que, al caer al río, flotando, prolongan su azaroso itinerario hacia el mar.

Rincón poértico

EN EL MOMENTO PRESENTE

El día es jabonoso y se nos va
de entre las manos, pero siempre queda.
El día es una fuente
que siempre está manando,
si dejar de ser hoy,
sin dejar de ser agua pasajera.
Somos el ojo de una aguja
por la que cruza sin cesar un hilo
como un suspiro adelgazado.
En el presente se remansa
el caudal incesante
del mañana,
huyendo al mismo tiempo hacia el pasado.
Es un cristal que cruza sutilmente
la luz del sol. El tiempo,
hilvanando los días y las noches,
entre los dedos lleva
esa hilacha de luz con que nos transe.
No se os ocurra detener su marcha.
De nada sirven los visillos
de la ventana,
de nada retirarle al acerico
la aguja, ni poner al agua esclusas
que remansen el tiempo.
Para un navío misterioso
e invisible, no hay alta mar ni hay sitio
donde poner el ancla.


(De Paseando mis sueños)

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