martes, 19 de febrero de 2013

El Padre nuestro

La Iglesia cuenta con oraciones para todo, pero ninguna admite parangón con la que Jesús nos enseñó para dirigirnos a Dios como  Padre. Comprende siete peticiones a quien, por el bautismo, nos acepta como hijos.
Las tres primeras partes se refieren al Reino de Dios, donde pedimos que se realice el programa que traza Jesús en su evangelio, compendiado en las Bienaventuranzas. Le rogamos así que el mundo quede en manos de su Creador, digno de toda alabanza. Las otras cuatro se refieren a nosotros mismos, resumiendo nuestras necesidades, y entre ellas, el deseo del pan soberano que es la Eucaristía.
Todo lo que tenemos o aspiramos a tener, son dones de Dios. Entre nuestras necesidades más altas está la de que Dios nos perdone, hijos descarriados que en un momento de cordura, se convierten y deciden volver a su Padre: Me levantaré e iré a la casa de mi Padre, dice el hijo pródigo. En estos momentos de conversión que es la cuaresma, confiémosle a Dios nuestro propósito: Me levantaré e iré a postrarme ante ti, Padre del alma, arrepentido de mis infidelidades.


Reflexión

Fórmula de las oraciones de la Iglesia

Las oraciones oficiales de la Iglesia constituyen una estructura a que se ajustan las frases que formula cada oración. Se abre la oración mediante una invocación a Dios que variará de una oración a otra: Señor todo poderoso, que le aplica una determinada calificación como ésta: A continuación se alega la motivación que nos mueve a dirigirnos a él: que mediante la humillación de tu Hijo, concedes a tus fieles la verdadera alegría, seguido del objeto de nuestro recurso a su bondad, pidiéndole que nos conceda la verdadera alegría: Haz que como liberador de la esclavitud del pecado, alcancemos la felicidad eterna.
El resultado es éste: Señor todo poderoso, que mediante la humillación de tu Hijo, concedes a tus fieles la verdadera alegría, haz que como liberador que eres de la esclavitud del pecado, alcancemos la gracia de la eterna felicidad. Por nuestro Señor Jesucristo.

Rincón poético

  ANATOMÍA DEL POEMA

Lo que dice un poema, lo que crea
en su mundo interior,
nadie puede tocarlo con los dedos
ni colocar los labios en su boca;
hay una verja que encierra su jardín.
Es como pretender
convertir en simple ovillo
ordinario de lana el regocijo
enamorado,
anejo a algo que fue,
y el tiempo ha envejecido
hasta deshilacharlo por los codos.
No es tangible; retrae,
caracol sorprendido,
sus largos ojos al intento.
¡Puede ser el poema tantas cosas
que ignoran los sentidos!
Puede ser la enervada tensión del oleaje,
la verde verticalidad  
del álamo, lejana 
curvatura ceñida al horizonte,
anillo de la luz que viste el día.
Puede ser temblorosa
emoción, exquisita
levedad, quejumbrosa
tristeza innumerable.
¿Dónde está el serpentín inconcebible
que transmute las cosas?
Más allá de las toscas cosas de cada día
se inscribe el alma rubia del poema.

(De La verdad no tiene sombra)

No hay comentarios:

Publicar un comentario