miércoles, 6 de febrero de 2013

La falta de fe

       Ayer veíamos cómo Jesús cura a una mujer sangrante y despierta de la muerte a una niña, gracias a la fe que la hemorroisa y Jairo, el padre de la niña, ponen en Jesús.
      No siempre ocurre así; y justamente es entre sus paisanos donde más difícil tiene Jesús hacerse creer. Lo conocen de siempre y esta familiaridad les impermeabiliza para descubrir en sus hechos portentosos y en su enseñanza, autorizada por su propia palabra, al que había de venir. El evangelio de Marcos hasta dice que la gente se escandalizaba de verle hablar como un profeta, y esa falta de fe le impide hacer todo lo que de buena gana hubiera querido en favor de los suyos.
        Importa mucho que Dios nos conserve la fe, para que Jesús tenga vía libre en hacer lo que le plazca de nosotros. La fe es una ventana que da a Dios.


Reflexión

La lectura de la palabra

    La lectura meditada del evangelio convierte la palabra en escuela de saber de Dios de modo progresivo, cada día un poco más. Ya dice el profeta que la palabra es lluvia que baja benefactora, y después de embeber la tierra y enriquecer el campo, no vuelve vacía a los labios de Dios. Y es que la palabra de Dios hace lo que dice, porque es su verdad eficaz y fecunda. ¿Quién, entonces, si tiene sed de Dios y ve una fuente que mana de sus manos, no bebe ávido de ella hasta saciarse?  Abre el evangelio y lee.


Rincón poético

LA PERCEPCIÓN DEL RÍO

El río husmea, como perro
avezado, la lluvia. Nadie sabe
si ha de llover. La gente sale
a la calle desnuda de paraguas,
sin sospechar que el río huele a lluvia,
que hay negras nubes ya dispuestas
para llover a mares -que se dice-.
El río es otra cosa. Ha descendido
el caudal que tenía últimamente,
y atisba espabilado la tormenta.
El cielo apagará la esplendidez
de su luz, hoscas nubes
sombrearán el ambiente de ceniza,
el estremecimiento cegador
del relámpago, a golpes
de punzantes destellos,
avisará que le persiguen súbitos
rayos de luz arborescente,
y un tormenta horrísona
escindirá sus verdes cangilones
sobre una tierra yerma y desolada.
El río huele lluvias torrenciales
esperanzado todavía.
Su estiaje estival es la veleta
delatora de nubes y tormentas.


(De La verdad no tiene sombra)

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