miércoles, 20 de febrero de 2013

El signo de Jonás

    Los judíos decían que había dos clases de luz, la luz ordinaria para percibir las cosas de este mundo y otra interior, reflejo de la luz de Dios, que nos permite comprender los misterios de Dios.
    Así las cosas, para conocer a Cristo, los sacerdotes judíos no tenían por qué pedir un signo que les entrara por los ojos. Tenían a su disposición la luz de la Escritura, la palabra profética que hablaba del mesías, los símbolos de su propia espiritualidad. Pero ante el momento de desvelar el misterio de Cristo, no supieron qué hacer. Esa es la equivocación del pueblo hebreo, contar con los medios para identificar al mesías y desoír la voz  de Dios que lo señalaba a gritos.
    ¿Cómo hay que curar la ceguera interior? Vemos que quienes se empeñaban en buscar  en el mesías sólo el poder, no pudieron adivinar el Reino de Dios que ya estaba entre ellos; no podían ver a un mesías que declaraba dichosos a los pobres, ya que él se había despojado de todo para ser el más pobre de todos. Se empeñaron en verlo con la luz de los ojos, en vez de mirarlo con los ojos de la fe.
    Para tratar la ceguera, entonces, no busquemos a Dios en el dinero, no lo busquemos en el poder. Busquémoslo en los pobres, en los que saben perdonar, en los que comparten su pan con otros. Ahí es donde se oculta la sombra de Cristo, porque él es uno de ellos, el más pobre, y se esconde entre ellos.


Reflexión

La XV estación

    Tradicionalmente, hasta hace muy poco, las estaciones eran catorce. En nuestros días, con muy buen criterio teológico, se añadió la XV, que es la resurrección de Cristo. La Pasión de Jesús no acaba en la cruz con su muerte y el entierro que sufraga la piedad amistosa de José de Aritmatea. Todo el Vía Crucis es un camino ascendente que culmina con la victoria de Jesús sobre el pecado, al resucitar en las manos del Padre por obra del Espíritu Santo, que es el Espíritu de Dios. La resurrección es, por tanto, una estación inevitable.
    Vía Dolorosa, se le llama al Vía Crucis en Jerusalén, donde se celebra en los parajes concretos donde tuvo lugar cada episodio de esa sagrada ruta hacia el Calvario. Pero esa vía o camino conduce el goce final de nuestra salvación por los méritos de Cristo. Se trata de un dolor penitencial que acaba en gozo pleno y victorioso.


Rincón poético

EL PASO DEL VIENTO

A veces, corre desalado el viento.
Pero, ¿por qué, si puede pasearse
plácidamente? Y no regresa más.
Pasa, desaparece,
deja de ser, pero no vuelve.
Otros vendrán después
que no se ven, como la luz;
pero están. Cuántas veces,
enloquecidos, zarandean
la veleta, derriban corpulentos
árboles, zamarrean
ventanas que no ajustan o a portazos,
estremecen la casa. En ocasiones,
su paso es tan pausado y silencioso,
que no agita las hojas del almendro
ni del sauce remueve la tristeza.
Pero también se va, por los caminos
que anda con él el tiempo.
El viento es como el tren, como las aguas
del río. No descansa.
Bien delata el azogue de las prisas
su comezón, su excitación nerviosa.

(De La verdad no tiene sombra)

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