viernes, 30 de abril de 2010

La inquietud de las ardillas

Los álamos y sauces del río son cobijo y ámbito propicio para las traviesas ardillas, donde juguetean nerviosas y emprenden súbitas cabriolas y carreras, como llevadas de repentinos impulsos, la cola esponjada y movediza. Suben, bajan, y de pronto, al descubrirnos y observarnos con preocupada curiosidad, quedan inmóviles o se esconden astutamente detrás de un tronco.¿A quién no ha impresionado alguna vez ese prodigio de agilidad que es la ardilla?
Es de admirar su destreza al trepar por troncos verticales o saltar ingrávidas de un árbol a otro, correteando inverosímilmente, leves como “el peso de paja de un suspiro”, por frágiles ramas.
Su alegría y vitalidad son contagiosas. Es como si sus irrequietos movimientos tradujeran impensadas sacudidas de quien se deja transir por un repentino entusiasmo, para poner guiños de júbilo irrefrenable en el boscaje donde se encuadra su diminuta figura del pardo color de la corteza.
Parece, pero no son esquivas. Contra toda apariencia, no se puede decir razonablemente que sean esquivas. La prevención que muestran en principio hacia nosotros, cesa como por ensalmo y cambia en confiado acercamiento, cuando pacientemente la mano pródiga del hombre da en recompensar su amable cercanía.
Celebremos su presencia en nuestro entorno. Cuidemos esa amable presencia. Hagámoslas nuestras desde una natural predilección bien merecida por ellas.

jueves, 29 de abril de 2010

Pon a buen recaudo tus tristezas


No es mía la tristeza. No cultivo en mi jardín lamentos ni amarguras. A nadie le importan las heridas que dejan maltrecha el alma. Esas, si acaso, son las mías, ya olvidadas, además de que dispongo de un panal transido de densa miel donde esconderlas; es el más lenitivo de todos los bálsamos. Mejor que todo eso es cruzar el río de la vida, de orilla a orilla, sobre la almadía movediza de las propias sonrisas.
Sonreír no duele. Prueba a ocultar trocitos de alegría, como quien siembra jugando amor y sueños, a escondidas, bajo la levedad del musgo undoso y siempre leve de tus relaciones para con los demás, y obtendrás jugosos frutos de cortesía y amabilidad, el buen trigo de la vida. Haz como yo, que, como dice alguien, tengo arrugada la cara de tanto sonreír. Sonreír no duele. Cura.

miércoles, 28 de abril de 2010

Las vasijas tienen labios

A Agustín Punter, ceramista

Por más que la cerámica se incluye entre las llamadas artes menores, cuántas veces una urna bellamente conformada, con redondeces casi humanas y ornamentada con elegantes motivos circundantes, sobrepuja la estimación valiosa de obras pictóricas o tallas que no por eso alcanzan mérito similar. Justamente a una urna griega dedica Carlos Bousoño uno de sus poemas más delicados, como quien lo modela a la manera artesana de un ceramista clásico en el noble barro de la palabra.

La cerámica ocupa la dedicación artesana más característica de Teruel. Vasijas y azulejos de todo tipo han ido saliendo de las hábiles manos del alfarero, a lo largo de siglos. En sus obradores, la arcilla, siempre dócil, se ha dejado moldear de mil maneras a fin de surtir de utensilios el ajuar doméstico, para cuyo disfrute el buen gusto del trazo seguro del pincel ha dejado en la suavidad de la curvada superficie, casi femenina a veces, motivos florales o geométricos, figuras populares y animales fabulosos que la imaginación inventa, como quien diseña tatuajes en la piel.


Tradicionales matices de color magro y verde, extendidos a mano alzada sobre el blanco plateado de una primera emulsión básica, combinan entre sí un feliz maridaje que la fiebre del horno deja pulcramente vidriado luego. Es explicable que al contemplar el profano tan lustroso resultado, le llame la atención que una pieza cerámica prodigiosamente transfigurada, haya salido de unas manos ásperas, dadas a acariciar la suciedad cobriza de esa lija natural que es el barro.

La artesanía del barro es tan antigua como el hombre. Él mismo es obra modelada cuidadosamente por las mismas manos minuciosas de Dios. Lo reconoce humildemente Isaías ante Él cuando declara: “Nosotros somos la arcilla y Tú el alfarero”. Es una vasija quien habla. Las vasijas tienen labios en la boca.

martes, 27 de abril de 2010

En un mundo raro

Vivimos en un mundo raro contaminado desde el mismo corazón del hombre. Se conculcan las leyes con extrema facilidad, las cárceles rebosan a reventar de delicuentes, se hace lo indecible para acomodar la ley a las exigencias de grupos de presión, se envenena el espacio exterior donde rueda dando tumbos la diminuta esfera donde vivimos, y la gente, desangelada, llega a sentir asco de la política. Vivimos en un mundo raro que parece echar de menos su propio exterminio.
Y en este contexto de decaimiento moral donde la sangre de Caín rebrota triunfante de guerra en guerra, de crimen en crimen, como si el mundo estuviera hecho para la muerte, Jesús vuelve a alzar el alivio de su voz recordándonos que él es pan de vida.
En los albores del mundo, Dios coloca al hombre en un jardín donde florecía el Árbol de la Vida, porque estaba hecho para la inmortalidad, y al final de todo, el Apocalipsis nos revela que esa inmortalidad perdida se nos restituirá, dándosenos a comer del Árbol de la Vida en el jardín de Dios. Ese árbol es el pan de Cristo, el pan de su palabra y de su propia vida: el Pan que yo os daré es mi carne.
Quien comiere de ese pan, el pan de su palabra, el pan eucarístico, el pan de su amor, vivirá eternamente. Lo declara paladinamente Jesús.

lunes, 26 de abril de 2010

La elegancia

La elegancia es el estilo armonioso de la disposición de los elementos de un conjunto, que visten modos de ser, personas y cosas.
La esbeltez de un ciprés es elegante, un gesto de fina ternura, la nobleza de que se inviste un señor o una señorita, son elegantes. Lo encarna un aroma sutil. El vuelo casi estable del águila y el reposo silencioso de un claustro monacal, irradian elegancia.
La elegancia es fruto del buen gusto; nace de él como de su fuente, a la manera como la rosa de un rosal rozagante. Una persona que viste u obra con exquisito tacto, es elegante. Y se dice igualmente de la iglesia que ha unido justa proporción y belleza en su conjunto, lejos de todo exceso ornamental. La Iglesia de San Francisco es elegante, dentro de su sobriedad y buen porte arquitectónico. Y, cómo no, se dice igualmente de la calidad de vida espiritual de una persona, cuando ajusta con noble naturalidad la cuidada sensibilidad de su conducta a la belleza interior de la vivencia cristiana. En este caso, tiene mucho que ver la delicadeza mental del individuo y la espontaneidad de su testimonio de fe, que es donde florecen los modos de pensar y de sentir.

domingo, 25 de abril de 2010

La vidriera

Pocas cosas contribuyen tanto al esplendor del templo como el estallido de luz de sus polícromas vidrieras. Y es que nada golpea de forma tan llamativa la sensibilidad, como el trasluz de su belleza luminosa, donde el color adquiere sublime claridad y transparencia. Es como un puzzle de cristal que se enciende cuando la luz hiere el mosaico transfigurado que lo compone No hay mejor manera de trascender el sentido de la espiritualidad que envuelve las figuras de los santos que le dan sentido. Es como un éxtasis de luz en que levita la imagen encuadrada en la oquedad de la vidriera.

Su configuración gótica coopera a estilizar el alto ventanal en que se inscribe la delicadísima obra de arte, adelgazado hasta el rosetón que corona su ornamentación escueta. Tan diáfana levedad aligera la recia solidez de sus añosos muros.

Todo se concita en un templo gótico para instarnos a levantar la vista a lo alto, pero nada tanto como el atractivo piadoso de las vidrieras. Es el camino natural de todo impulso espiritual, que es el que siguen la oración, el incienso y el entusiasmo.

sábado, 24 de abril de 2010

Sábado en Teruel


Es alentador llegar a Teruel por la mañana, después de unos días de ausencia, y encontrarse, en un día espléndido como este sábado, con la ciudad sumida en un quieto silencio casi venerable.
La gente aprovecha fechas así para irse a los pueblos de su mayores, donde la casa vacía espera la mano amiga que abra la puerta y llene de vida y voces conocidas las dormidas estancias. Se notará hoy su ausencia en los que, en número más reducido, acudan a la iglesia a celebrar la eucaristía.
Este silencio luminoso de los sábados, en primavera, es todo un lenitivo para quienes llegan de fuera, un tanto cansados, a esta antigua ciudadela de amarillentas murallas, estrechas callejas y un cielo limpio y puro.

jueves, 22 de abril de 2010

La fuerza de las circunstancias

Las cosas que constituyen nuestro entorno inmediato nos condicionan y determinan de ciega y fatal manera. Yo soy yo y mi circunstancia, decía Ortega lleno de razón.
Nos angustia así el daño que hiere a quienes van estrechamente unidos a nosotros por los derroteros que despliega el tiempo ante nosotros. Nos impresiona el éxito de Susan Boyle, el impacto de cuya fealdad no disimularon los jueces del concurso donde se da a conocer. Nos abate un cielo perdurablemente inclemente, encapotado un día y otro como la última y definitiva noche negra.
Es triste la extrema debilidad con que nos dejamos moldear por las circunstancias, sin saber dar con la brida que sujete influjos no siempre favorables al servicio de nuestro bienestar. Hay pendientes por las que nos dejamos arrastrar por circunstancias perniciosas a las que debemos oponer resuelta resistencia, como son la propaganda nociva y aun viciosa, la filosofía huera de un ateísmo que polariza en la sexualidad todos los bienes de la vida, el laicismo organizado y perverso que persigue con ahínco cercenar la fe y moral cristiana, la frivolidad televisiva y periódica de atractivas revistas.
Con tal de conseguir tales fines, no se duda en trivializar la cultura que tratan de oficializar gente ligera comprometida con ideales mostrencos.
Con nuestro testimonio de vida, nuestro ideal cristiano y nuestra protesta, hemos de convertirnos en contexto y condicionamiento evangélico de quienes habitan nuestro entorno. Somos su circunstancia y de alguna manera les condicionamos.

miércoles, 21 de abril de 2010

Y de pronto, una nube negra

La magnitud del desastre que están ocasionando al mundo los inocentes cristalitos de basalto de una nube volcánica que ha desplegado Islandia sobre el mundo, sólo se llega a justipreciar si se dispone de una vista cenital del mapa terrestre. Hay un satélite que deja ver - en diminutos puntos brillantes de color amarillo en movimiento-, la densa aglomeración de aviones que se acumulan sobre EE.UU. y Europa, y trazan tupidas líneas internacionales que ocupan el cielo de continente a continente. El espectáculo es sobrecogedor. Una locura.
Y de pronto, una nube pavorosa de ceniza negra que despide a borbotones un volcán “de juguete” y casi desconocido, paraliza las comunicaciones de medio mundo y pone a prueba la necia altivez del progreso humano. No es para menos; el volcán tiene un nombre diabólico: Eyjafjallajotull.
El dedo oculto de la mano de Dios toca nuestra frente para llamarnos la atención, y nos está diciendo algo. Adivina adivinanza.

martes, 20 de abril de 2010

La voz y la palabra

Hace poco se celebraba el día de la voz, ese temblor del aire provocado por las cuerdas vocales de la garganta y la configuración de la boca, modulando los diversos sonidos del lenguaje. La voz llega a fundirse con la misma personalidad del individuo que habla y de alguna manera condiciona su carácter. Depende del tono más o menos agradable de esa voz, del timbre resultante de la suavidad o aspereza de la vibración que la produce. De modo que el habla es el resultado natural de educar la voz combinando los sonidos, como vehículo de las palabras,
Entiendo que debiera haber más bien un día para celebrar el hechizo de la palabra, ese otro don creado por el hombre al que apela la necesidad de comunicarse, memorizar y transmitir la cultura, investigar, dar a conocer los conocimientos, saber, y en definitiva, expresarse.
La expresión bella del lenguaje ha permitido, además, inventar un trasunto de la realidad en el que los sentimientos y las cosas cobran un sentido de superior peculiaridad y excelencia, noble lugar donde sólo a la imaginación y a la mano cultivada del buen gusto se le permite abrir las puertas que dan al paraíso de la belleza. Las palabras correctamente cultivadas pueden ser amables, exaltadas, suaves, ásperas, humildes, intolerantes, melindrosas, cercanas, altivas, displicentes... Como el hombre. Creo que amar al hombre conlleva amar el flexible artificio de la palabra que nos permite decírselo, estar con él y conocerlo, saberlo. Dios mismo, para salvar al hombre, descendió hasta la irregular superficie de nuestro barro y se hizo Palabra.

lunes, 19 de abril de 2010

La trufa

Es notable, por estas tierras fragosas y austeras, la acelerada conversión de campos de secano en pequeños bosques de carrasca, para la obtención de trufa, la trufa negra de Teruel, ese hongo oscuro y aromático que, como aderezo, hace las delicias de los guisos más privilegiados. Por algo se le llama oro negro.
Perros de olfato convenientemente adiestrado husmean nerviosos el terreno hasta descubrir con temblorosa sorpresa el lugar exacto donde escarbar para dar con tan preciado género. Se cuenta ya por toneladas la cantidad obtenida en cada cosecha y su elevado precio es el mejor consejero de su implantación en tierras pobres, enriquecidas así con su cultivo. Empieza ya ahora la conversión en regadío del esos incipientes bosques de alineadas carrascas de secano, lo que asegurará la cosecha e incrementará la cantidad obtenida.
Es una sabrosa riqueza oculta con que nos regala la áspera naturaleza de estos pagos, las más de la veces solitarios, extensos y fríos .

domingo, 18 de abril de 2010

El acueducto y la fuente

La abundancia inmediata de la fuente de Cella mató al acueducto de lentísimas aguas lejanas, que llegaba cansado a la población desde Albarracín. Cierto que periódicamente, el municipio tenía que hacer onerosos gastos de su peculio en cerrar fisuras del canal, que avenaban el agua con la consiguiente pérdida.
Sucede que los romanos habían privilegiado a Cella como lugar estratégico campeante sobre la extensa llanura, y faltos de agua, trazaron meticulosamente y llevaron a cabo la trabajosa y difícil obra arquitectónica que fue el acueducto. Sólo que hacia la baja edad media, aflora de pronto, en días de copiosísimas lluvias, la fuente actual con que se enriquecen de modo ubérrimo los campos de la comarca, regados desde la cabecera del Jiloca, a cuyo cauce afluyen sus aguas.
Hubo años de tenaz sequía en que la fuente escondía remisa y pacata su beneficioso caudal, con el consiguiente gravamen de la economía local. El año 1930, la sequía fue tan extrema, que los campos se agostaron y se malograron las cosechas. ¡Qué pena que el desinterés por la colosal obra del acueducto, aparcado en las cunetas de la historia al considerársele inútil, quedara a merced de la incuria del tiempo!

sábado, 17 de abril de 2010

Y se hizo el Pan

Ante una necesidad imperiosa que atenaza a alguien, echarse a un lado y limitarse ladeados a confesar nuestras limitaciones, no es precisamente contribuir a dar con el posible remedio apropiado. Gustamos de razonar nuestra impotencia y dar carácter de autenticidad a nuestras excusas. Las excusas son confesiones respetuosas de debilidad y desidia, cuando no de indiferencia. No mucho menos.
Jesús, junto al lago de Galilea, invita a sus discípulos a que den de comer al gentío que le sigue durante varios días, ya al borde de la noche, y Felipe, infeliz calculador, se excusa: ¿De dónde podemos nosotros dar de comer a tanta gente? Es la voz apagada, cómoda y evasiva de la disculpa razonable
Jesús está pensando de diferente modo. El amor atina siempre con escondidas soluciones que desde la indolencia naide sabe plantear. Hay que dejarse llevar por el amor al otro, porque el amor sabe caminos ocultos y prodigiosos que la displicencia no adivina. Dicho y hecho. Jesús no dilató más la tensión de aquel momento. Y se hizo el Pan.

viernes, 16 de abril de 2010

El primitivo retablo de la Iglesia de San Francisco

Pérdidas irreparables del patrimonio nacional, por incuria, robo, incendios o exportación incontrolada, sumarían un tesoro innumerable que no cabría en museo virtual alguno.
Hay indicios para pensar que la Iglesia de San Francisco se erigió no sin prisas, bajo la dirección, no de uno, sino de dos arquitectos. En diez años, la iglesia estaba concluida. Costea la obra el arzobispo zaragozano D. García Fernández Heredia, como iglesia mortuoria que reciba un día sus propios restos. Ni qué decir tiene que el altar mayor luciría un espléndido retablo gótico, por más que su madera no debió quedar lo suficientemente curada como para asegurar largamente su pervivencia. No sabemos cuál pudiera ser una somera descripción que nos diera a conocer su hechura gótica y contenidos complementarios de imágenes o pinturas. Sólo sabemos la inopinada manera como desapareció.
En el mismo siglo XV que lo vio brillar rutilante y se celebra jubilosamente la primera misa, repleta la nave de fieles y autoridades, ocurre el desastre descorazonador. Una noche, dormían plácidamente los frailes, cuando, a altas horas de la misma, un estrépito les alarmó. Buscan desconcertados de dónde podría provenir tan súbito fragor, y comprueban desolados cómo las piezas que componían el altar, se habían desplomado desechas en confuso montón, por el mal estado de la madera, descompuesta por la carcoma.
Dadas las dimensiones y estilo de la iglesia, es de suponer que sería un retablo singular, según los cánones del gótico al que se atiene la iglesia, austera y elegante, al modo de los que de ese tiempo conocemos en Aragón, con sus tres calles donde prima el color rojo, polveras laterales y minuciosa predela, cobijando escenas de la vida de los santos patronos sobre fondo dorado.
Es de imaginar el abatimiento de los religiosos. D. García ya había muerto asesinado por secuaces del príncipe de Urgel. Tiempo después, el Obispo D. Tomás cubriría el espacio vacío con un cuadro de grandes proporciones, fruto de una promesa hecha a los santos Mártires. Poco más cabe decir.

jueves, 15 de abril de 2010

Las gárgolas de la Iglesia de San Francisco

Una gárgola, en lenguaje llano, es un caño que vierte las aguas de un tejado, más allá del muro del edificio al que pertenece.
Las gárgolas sobresalen del borde de los tejados en las iglesias y edificios más o menos nobles, convenientemente adornadas con muestras del estilo correspondiente al templo o caso solariega, gótico en nuestro caso. Suelen adoptar formas fantásticas de animales fabulosos, cuya boca escupe el agua lejos del edificio. Su finalidad es, pues, protectora.
En nuestra iglesia quedan situadas a ambos lados de los estribos que refuerzan el ábside del templo, y de un conjunto de diez, la mayoría han quedado desfiguradas por la dejadez que sufre la iglesia durante al exclaustración y el deterioro anejo a la violencia de la guerra civil.
La función de las gárgolas es semejante a la que prestan los extremados aleros de los tejados aragoneses, que además de proteger los muros del edificio, salvan a la gente de la lluvia o la nieve.

miércoles, 14 de abril de 2010

Si supiera que el mundo acaba ya

Nunca acaba todo para quien vive esperanzado. Siempre queda algo más que hacer. Y mientras el renglón no acabe, hay que ir paso a paso escribiendo la propia vida, hacia un horizonte que siempre está ahí, a la vista, desplegado como una diadema inabarcable.
Eres una pieza en ese paisaje interminable que acaba al atardecer del último recodo de la vida bajo un puñado de estrellas, pero amanecerás nuevo cada mañana. No tiene sentido sentarse a deshora para el que no está cansado. Sentarse es dejar de andar. De alguna manera, dejar de ser.
Martín Luthero King decía muy bien todo esto: Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, hoy todavía, plantaría un árbol.
No acabes aún lo que tienes comenzado. Hay tiempo todavía.

martes, 13 de abril de 2010

La secuoia y el latín

Acabo de contemplar unas fotos de sequoias gigantes con la base desmesurada de su tronco, la esbeltez de su porte esplendoroso, formidable, y su altura excelsa. Son una especie que perdura, testigo de épocas remotas, que vio pasar a sus pies fieras pavorosas y terribles. Las estrías que surcan su madera son hondas, y voluminosa la masa nervuda de su desmedida musculatura. No desentonarían alzándose junto a la entrada de Dinópolis, refugio último o cementerio respetuoso de dinosaurios y saurópodos en tierras que patearon inmisericordes. Dada su longevidad, ¿cuántos años han dejado su impronta vegetal en la entraña de su madera?
A propósito: el término madera es palabra patrimonial que, desde su original latino materia, a fuerza de ir revolcándose en el habla como piedra redonda de río, ha ido a desembocar en su forma castellana actual. Y a su vez, materia es nombre latino derivado de mater, porque para el hombre indoeuropeo, la tierra designaba la madre ubérrima de donde afloraban los árboles, y de ahí que en la lengua que acreditó Virgilio, los árboles son femeninos, porque lo es la madre de cuyo seno nacen.
Como para que ahora nos dicte el político de turno que apliquemos a las palabras el signo genérico que a ellos les cuadre, desde su ignorancia paritaria y desprecio a la cultura. Y todo por unas secuoias gigantes.

lunes, 12 de abril de 2010

La luz resucitada de Cristo

El hecho culminante de la resurrección en el misterio salvador de Jesús, resalta como un grito de júbilo por el contraste con la vivencia lastimosa de su pasión y muerte. Cristo muere como un bandido más y resucita de pronto como el golpeteo glorioso de un relámpago que naciera de las mismas manos de Dios.
Los evangelistas gustan de destacar la transparencia luminosa de Cristo transfigurado o resucitado recurriendo a la intensidad cegadora de un blanco blanquísimo. Los poetas, de semejante modo, lo imaginan como el renacimiento nítido del almendro o la apretada floración del cerezo.
Es la cálida luz deslumbradora con que envolvemos el estreno de su gloria. Una luz que abrió los ojos de sus discípulos e ilumina la estrecheces oscuras de nuestra fe.
Ojalá que su vivencia gloriosa nos despierte también a nosotros de nuestra dejadez y entumecimiento espiritual, para vivirlo luminoso siempre desde una fe inconmovible y un comportamiento intachable.

sábado, 10 de abril de 2010

Las devociones particulares

Hay devotos para todos los gustos. La devoción es la forma más sensible de la piedad. La devoción es un sentimiento piadoso que califica a las personas propensas a venerar a Dios y a los santos, desde el respeto y el amor. A menudo, se centra en un aspecto particular de la vivencia piadosa. Se es devoto de la Virgen del Rosario, de san Juan de la Cruz, de santa Emerenciana.
No siempre la devoción acompaña a la vivencia espiritual de la fe incluso en personas consagradas de por vida a Dios en el retiro silencioso del claustro. Santa Teresa sufrió esta sequedad de espíritu como si se tratase de una propensión al despego de Dios. Personas sencillas de escasa formación evangélica, gozan del don edulcorante de una fiel devoción a tal o cual advocación piadosa, pero no gustan de ir a misa. Hay algo ahí que cruje y desafina.
Una piedad mal entendida conduce a preferir la devoción particular a la vivencia central de la eucaristía o la escucha de la palabra.
Cúbranos Dios con el óleo de la piedad más honda y sincera a los santos misterios de nuestra fe, para vivir nuestra espiritualidad, a plena satisfacción, en la práctica de los mandatos evangélicos y en la comunión con Cristo en el pan y el vino.

viernes, 9 de abril de 2010

Oír y escuchar


Se usa con escasa disciplina lingüística el verbo oír, confundido con el sentido exacto de escuchar. Se puede oír sin escuchar, no al revés: para escuchar hay que oír lo que se escucha. El que no oye, no escucha.
Se puede decir, cuanto más: “yo te he oído decir que...”. Es correcto, pero escuchar es prestar atención a lo que se está oyendo, cosa que no hace quien simplemente oye, a veces sin importarle darse cuenta de lo se dice.
Yo oigo, desde mi habitación, el tráfico rodado tan molesto y tan tóxico, el griterío de los niños jugando, el ladrido de un perro, pero escuchar, lo que se dice escuchar, sólo escucho, la ventana abierta, el canto minucioso y ensortijado del ruiseñor en los álamos del río, a veces, incluso, de noche, dada su estrecha proximidad.
Cuando Marañón decía que le bastaba en sus conferencias la asistencia de diez personas que le prestaran atención, hacía caso omiso de cuantas, en mayor número, le oían simplemente, pero no escuchaban.
Son dos verbos hermanos y afines, pero diferentes en el significado que procuran; no son hermanos gemelos.

jueves, 8 de abril de 2010

Con el alma al hombro

Así van muchos.
Hay personas que nacieron andando, libres para todo. Están en todas partes y en ninguna en particular donde quieras dar con ellos. No siguen horario alguno; el horario son ellos mismos, a su antojo, improvisando siempre. Su inquietud es proverbial. Se mueven constantemente y siempre tienen prisa, nadie sabe para qué. Aquí, allá, a un lado, al otro, arriba, abajo, como canjilón de noria. Son un fardo de prisas sin procesar.
¿Trabajan en algo concreto? Parece ser que sí en muchas cosas. ¿Descansan alguna vez? Parece ser que no. Su mejor descanso es no descansar nunca. Son como esas aves de presa, siempre prendidas del aire, que a veces ni aletean, pero no cesan en su itinerario inalcanzable. Están y ya no están, fuera del alcance de todos.
Hablan con todos sin decir casi nada, porque hablan andando, sin detenerse, y no tienen tiempo suficiente para decir algo. No les invitéis a un viaje: están de viaje siempre, viajes domésticos de corto alcance que no van muy allá, con unos papeles bajo en brazo. Van, vienen, saludan con un gesto fugaz y una sonrisa estereotipada. Son un adiós interminable, siempre a pie, como carteros. Uno lo piensa y acaba jadeando y nervioso también, por contagio, convertido en despedida interminable. ¡Adiós, adiós

miércoles, 7 de abril de 2010

El avaricioso y la crisis

La avaricia de unos pocos ha arrinconado a la mayoría en la miseria.
El avaricioso no es un hombre normal; su avaricia le desquicia. Un hombre equilibrado no es avaricioso. El avaro acumula riqueza apasionado de apremiante manera y ese mismo desorden de poseer sin tino le impulsa a guardar por el mero afán de acopiar sin saber para qué. No conoce la medida, la ponderación ni la tranquilidad. Vive desasosegadamente inventando ruindades que le faciliten incrementar sus ingresos sin tregua.
El avaricioso tiene los ojos pequeños y agudos, la mirada corta, la piel amarilla, entre el níquel y el oropel, y el puño prieto. No tiene fe ni esperanza; tiene dinero. Huraño consigo mismo, no disfruta de lo que posee, apiñado consigo mismo. Es un hombre solo, porque tiene cobrizo y estañado el corazón mezquino. Ama a su prójimo, pero su prójimo es él.
De pronto la crisis económica puebla de números rojos las opíparas cuentas de sus libros. Nadie sabe qué salida le queda a su cicatera estrella. No lo sé yo, al menos.
¿Tendrá algo que ver todo esto con la noticia oscura y sin comentarios que ha traído la prensa estos días? Dios no lo quiera: el número de suicidios supera al de accidentados en carretera. Se dice pronto.

martes, 6 de abril de 2010

Con diez bastan

Cuido el contenido y la redacción de mis homilías para no divagar desflecando lo que pretendo comunicar de manera precisa y breve. Sean breves y limpias sus palabras, pedía san Francisco a los predicadores de su Orden. Justamente por eso, me gusta puntualizar antes lo que voy a decir. Se concreta así mejor lo que se enseña y se expresa con menos palabras.
No se me oculta que, como observaba Marañón, no pasarán de diez los que me presten cabal atención. Es la razón por la que hablo igual si son muchos o pocos los que concurren a la celebración. Bastan que estén los diez que prestan atención a mis palabras, que no son tan mías, porque tengo muy presente que he de limitarme a trasladar a los fieles lo que importa hacer saber, de cada lectura evangélica que se haga, para que sea la palabra de Dios, no tanto la mía, lo que anide en el corazón dispuesto del oyente fiel.
Diez oyentes. Diez oyentes atentos, ni más ni menos, deseosos de aprovechar lo que Jesús les inspire. Con diez bastan.

lunes, 5 de abril de 2010

El ciprés del claustro

El ciprés franciscano del convento, tiene una altura considerable, en torno a los 18 metros, de modo que sobresale por encima de los tejados del edificio y se empareja a los de la iglesia, en un nivel superior. Desde el lado puesto del río, se le ve curioso asomado a los rojos tejados del convento.
No tiene la cuidada hechura ojival del celebrado ciprés de Silos que tan inspiradamente cantó Gerardo Diego, pero no desmerece de él un ápice por su densidad y corpulencia. Eso sí; es un ciprés menos austero.
Atados a sendos cipreses, hizo martirizar el último rey moro de Valencia a los dos fundadores del convento, Juan de Perusa y Pedro de Saxoferrato, y eran dos, por eso, cuando los plantó la mano anónima de un fraile. A su frondosa realidad hay que añadir, pues, la referencia conmemorativa del martirio que los consagra y vuelve venerables.
Hay en todo ciprés una fuerza interior que los empuja a lo alto. Pudieran ser dos manos juntas en un mismo rezo. El que queda ha adquirido maneras conventuales: acogedor de toda suerte aves y trinos enrevesados, silencioso como un novicio, recogido como una plegaria, fervoroso como un anciano.
Realmente, es un ciprés claustral, de un intenso verde oscuro, como un franciscano

domingo, 4 de abril de 2010

Aleluya

Blanco como un almendro, dice de Cristo resucitando un poeta alemán. Aleluya.
Cristo se alza nuevamente vivo, blanco como un almendro, como un cerezo prietamente florecido, súbito como un relámpago que blandieran ángeles, nítido como la fuente de gracia que nos nace de él a cuantos bebemos de sus manos. Aleluya.
Todas las losas funerarias del mundo alzan sus mármoles para ver otra vez nueva la luz, sacuden sus epitafios desesperados y lastimosos ayes ya innecesarios. Aleluya
El corazón que late al unísono con él, vibra lleno de aleluyas gloriosos, como si un puñado de alas blancas nos llenaran el pecho. Aleluya.
Cristo vive, que diría Lucas, el evangelista, desde el entusiasmo provocado por volver a tenerlo rehecho, nuevo y brillante como su palabra. Aleluya
Que este ancla gloriosa que te fija al hombre, no deje de sujetarnos ya nunca a ti, Jesús. Aleluya.

sábado, 3 de abril de 2010

La incipiente primavera


¿Es esto ya la verde y juvenil primavera tantas veces cantada por los poetas?
Todos reconocen que este invierno ha roto de desusada manera las pautas estimativas a que suelen ajustarse las estaciones del año. Ha sido un invierno excesivamente crudo, de loca climatología, con temperaturas extremadamente bajas y un pluviómetro que no ha conocido descanso ni límites de normalidad..
Se admite toda clase de aclaraciones expertas, pero si la causa reside efectivamente en la contaminación de la atmósfera que nos protege de agresiones exteriores y regula los vaivenes de la temporalidad, la pregunta acuciante que nos asalta entonces es si así va a ser en lo sucesivo, dado que las anómalas condiciones que ocasionan este devenir del tiempo van a ser las mismas.
Acostumbrémonos entonces a una primavera tardía y dudosa, como ésta, a un verano intenso que se prolonga con vestiduras de otoño, y vuelta a entrar de bruces en un invierno tardío lleno de sorpresas pluviométricas y temperamentales.
Estamos a merced de quienes, desde los tronos cambiantes del poder, no exentos de intereses y parcialidades económicas, pueden devolver a la frágil esfera que habitamos, las normales circunstancias climáticas que echamos en falta.
Mientras tanto, la primavera parece que está ahí. Los almendros nítidamente blancos lo corroboran. Dispongámonos a gozar de su joven esplendor y su suave luminosidad.

viernes, 2 de abril de 2010

Judas no ha muerto

Judas no ha muerto. Murió Jesús y los forajidos que le acompañaron en sendas cruces, pero Judas no ha muerto, porque la deslealtad existe.
Un hombre fiel es un amigo insobornable que está siempre al pie de cada cruz donde sufre el otro, sea quien sea, amigo suyo. Judas, incapaz de amor, no sabe de fidelidades, figura exacta de la falsedad y la traición.
Nadie nace traidor. La traición no se improvisa. Una traición se gesta a lo largo de un largo aprendizaje de maldad en un corazón que llega a saberse de memoria los oscuros laberintos de la perversión. Una traición de fragua con detenimiento, malevolencia y frialdad.
Judas se retrata sin advertirlo, y queda al descubierto, en la queja intempestiva por el perfume derramado con que María unge los pies de Jesús. No puede entender que el amor no repara en gastos, porque el amor no tiene precio. Es un hombre vil.
Judas es el marco oscuro que hace destacar por contraste la delicadeza del amor de Jesús, que muere por sus amigos. Judas era pequeño, demasiado pequeño, huidizo, la mirada torva y zalamera, la sonrisa adobada de fingimiento, las manos siempre frías. Judas no ha muerto.

jueves, 1 de abril de 2010

La Virgen de la Soledad


Como consiliario de su Cofradía, echo un cuarto a espadas en favor de una advocación que define a la Virgen que nos preside, no sólo sobre las andas procesionales que la mecen, sino en el piadoso corazón cofrade.
La soledad es un espacio nada propicio y ajeno a la convivencia natural del hombre. La soledad, pues, es inhumana. Sólo que el hombre es un ser desvalido y precario y no siempre su vida interior acierta a instalarse en las situaciones favorecedoras de su condición natural para convivir gratamente acompañado
Cristo mismo, solo en los comienzos de su evangelio, elige a unos seguidores que le acompañen. No así la Virgen. La Virgen sufrió la soledad doméstica que la agabía arropado siempre, desde el instante en que, viuda de José, Jesús da comienzo a su vida pública, para lo que tiene que optar con toda la entereza del mundo, entre su adorable nazarena que es su madre o el designio salvador que le asigna su Padre celestial.
La soledad cambia desde entonces el decorado cordial de María. Rumores de la progresiva reprobación del hijo por parte de influyentes dirigentes fariseos la alertan de la amenaza que va cerniéndose sobre Jesús de modo alarmante. Y ese aislamiento que la hiere como sólo sabe sufrir una madre, culmina con la dolorosa andadura de su hijo durante los episodios que ensangrientan la Pasión, cuyos quebrantos privados en dependencias de Caifás, afortunadamente no pudio presenciar. Quedaba todavía el largo itinerario por las repletas y hostiles callejas de la ciudad que abrumaron a Cristo camino del Calvario, rojas sus vestiduras y roto el semblante por la perversa actitud de quienes le fueron matando con increíble frialdad, golpe a golpe y paso a paso. Y luego, los estertores de su muerte en la cruz, vilipendiado por la soldadesca y la chusma.
La Virgen de la Soledad sale a la calle entre los suyos. El rostro reproduce su dolorido talente; su silencio, la angustia que la atenaza y le quita el aliento. Unas lágrimas moradas como aceitunas lo dicen a gritos. Túnicas y capirotes ocultan el rostro a la curiosidad de la gente, pero la piedad sufre en lugar más recóndito, donde se cobija la afligida compasión de sus cofrades.
La Virgen ya no está sola.