miércoles, 28 de abril de 2010

Las vasijas tienen labios

A Agustín Punter, ceramista

Por más que la cerámica se incluye entre las llamadas artes menores, cuántas veces una urna bellamente conformada, con redondeces casi humanas y ornamentada con elegantes motivos circundantes, sobrepuja la estimación valiosa de obras pictóricas o tallas que no por eso alcanzan mérito similar. Justamente a una urna griega dedica Carlos Bousoño uno de sus poemas más delicados, como quien lo modela a la manera artesana de un ceramista clásico en el noble barro de la palabra.

La cerámica ocupa la dedicación artesana más característica de Teruel. Vasijas y azulejos de todo tipo han ido saliendo de las hábiles manos del alfarero, a lo largo de siglos. En sus obradores, la arcilla, siempre dócil, se ha dejado moldear de mil maneras a fin de surtir de utensilios el ajuar doméstico, para cuyo disfrute el buen gusto del trazo seguro del pincel ha dejado en la suavidad de la curvada superficie, casi femenina a veces, motivos florales o geométricos, figuras populares y animales fabulosos que la imaginación inventa, como quien diseña tatuajes en la piel.


Tradicionales matices de color magro y verde, extendidos a mano alzada sobre el blanco plateado de una primera emulsión básica, combinan entre sí un feliz maridaje que la fiebre del horno deja pulcramente vidriado luego. Es explicable que al contemplar el profano tan lustroso resultado, le llame la atención que una pieza cerámica prodigiosamente transfigurada, haya salido de unas manos ásperas, dadas a acariciar la suciedad cobriza de esa lija natural que es el barro.

La artesanía del barro es tan antigua como el hombre. Él mismo es obra modelada cuidadosamente por las mismas manos minuciosas de Dios. Lo reconoce humildemente Isaías ante Él cuando declara: “Nosotros somos la arcilla y Tú el alfarero”. Es una vasija quien habla. Las vasijas tienen labios en la boca.

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