martes, 13 de abril de 2010

La secuoia y el latín

Acabo de contemplar unas fotos de sequoias gigantes con la base desmesurada de su tronco, la esbeltez de su porte esplendoroso, formidable, y su altura excelsa. Son una especie que perdura, testigo de épocas remotas, que vio pasar a sus pies fieras pavorosas y terribles. Las estrías que surcan su madera son hondas, y voluminosa la masa nervuda de su desmedida musculatura. No desentonarían alzándose junto a la entrada de Dinópolis, refugio último o cementerio respetuoso de dinosaurios y saurópodos en tierras que patearon inmisericordes. Dada su longevidad, ¿cuántos años han dejado su impronta vegetal en la entraña de su madera?
A propósito: el término madera es palabra patrimonial que, desde su original latino materia, a fuerza de ir revolcándose en el habla como piedra redonda de río, ha ido a desembocar en su forma castellana actual. Y a su vez, materia es nombre latino derivado de mater, porque para el hombre indoeuropeo, la tierra designaba la madre ubérrima de donde afloraban los árboles, y de ahí que en la lengua que acreditó Virgilio, los árboles son femeninos, porque lo es la madre de cuyo seno nacen.
Como para que ahora nos dicte el político de turno que apliquemos a las palabras el signo genérico que a ellos les cuadre, desde su ignorancia paritaria y desprecio a la cultura. Y todo por unas secuoias gigantes.

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