El ciprés franciscano del convento, tiene una altura considerable, en torno a los 18 metros, de modo que sobresale por encima de los tejados del edificio y se empareja a los de la iglesia, en un nivel superior. Desde el lado puesto del río, se le ve curioso asomado a los rojos tejados del convento.
No tiene la cuidada hechura ojival del celebrado ciprés de Silos que tan inspiradamente cantó Gerardo Diego, pero no desmerece de él un ápice por su densidad y corpulencia. Eso sí; es un ciprés menos austero.
Atados a sendos cipreses, hizo martirizar el último rey moro de Valencia a los dos fundadores del convento, Juan de Perusa y Pedro de Saxoferrato, y eran dos, por eso, cuando los plantó la mano anónima de un fraile. A su frondosa realidad hay que añadir, pues, la referencia conmemorativa del martirio que los consagra y vuelve venerables.
Hay en todo ciprés una fuerza interior que los empuja a lo alto. Pudieran ser dos manos juntas en un mismo rezo. El que queda ha adquirido maneras conventuales: acogedor de toda suerte aves y trinos enrevesados, silencioso como un novicio, recogido como una plegaria, fervoroso como un anciano.
Realmente, es un ciprés claustral, de un intenso verde oscuro, como un franciscano
MAGNÍFICO
ResponderEliminarEmociona¡
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