Pocas cosas contribuyen tanto al esplendor del templo como el estallido de luz de sus polícromas vidrieras. Y es que nada golpea de forma tan llamativa la sensibilidad, como el trasluz de su belleza luminosa, donde el color adquiere sublime claridad y transparencia. Es como un puzzle de cristal que se enciende cuando la luz hiere el mosaico transfigurado que lo compone No hay mejor manera de trascender el sentido de la espiritualidad que envuelve las figuras de los santos que le dan sentido. Es como un éxtasis de luz en que levita la imagen encuadrada en la oquedad de la vidriera.
Su configuración gótica coopera a estilizar el alto ventanal en que se inscribe la delicadísima obra de arte, adelgazado hasta el rosetón que corona su ornamentación escueta. Tan diáfana levedad aligera la recia solidez de sus añosos muros.
Todo se concita en un templo gótico para instarnos a levantar la vista a lo alto, pero nada tanto como el atractivo piadoso de las vidrieras. Es el camino natural de todo impulso espiritual, que es el que siguen la oración, el incienso y el entusiasmo.
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