Se usa con escasa disciplina lingüística el verbo oír, confundido con el sentido exacto de escuchar. Se puede oír sin escuchar, no al revés: para escuchar hay que oír lo que se escucha. El que no oye, no escucha.
Se puede decir, cuanto más: “yo te he oído decir que...”. Es correcto, pero escuchar es prestar atención a lo que se está oyendo, cosa que no hace quien simplemente oye, a veces sin importarle darse cuenta de lo se dice.
Yo oigo, desde mi habitación, el tráfico rodado tan molesto y tan tóxico, el griterío de los niños jugando, el ladrido de un perro, pero escuchar, lo que se dice escuchar, sólo escucho, la ventana abierta, el canto minucioso y ensortijado del ruiseñor en los álamos del río, a veces, incluso, de noche, dada su estrecha proximidad.
Cuando Marañón decía que le bastaba en sus conferencias la asistencia de diez personas que le prestaran atención, hacía caso omiso de cuantas, en mayor número, le oían simplemente, pero no escuchaban.
Son dos verbos hermanos y afines, pero diferentes en el significado que procuran; no son hermanos gemelos.
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