jueves, 22 de abril de 2010

La fuerza de las circunstancias

Las cosas que constituyen nuestro entorno inmediato nos condicionan y determinan de ciega y fatal manera. Yo soy yo y mi circunstancia, decía Ortega lleno de razón.
Nos angustia así el daño que hiere a quienes van estrechamente unidos a nosotros por los derroteros que despliega el tiempo ante nosotros. Nos impresiona el éxito de Susan Boyle, el impacto de cuya fealdad no disimularon los jueces del concurso donde se da a conocer. Nos abate un cielo perdurablemente inclemente, encapotado un día y otro como la última y definitiva noche negra.
Es triste la extrema debilidad con que nos dejamos moldear por las circunstancias, sin saber dar con la brida que sujete influjos no siempre favorables al servicio de nuestro bienestar. Hay pendientes por las que nos dejamos arrastrar por circunstancias perniciosas a las que debemos oponer resuelta resistencia, como son la propaganda nociva y aun viciosa, la filosofía huera de un ateísmo que polariza en la sexualidad todos los bienes de la vida, el laicismo organizado y perverso que persigue con ahínco cercenar la fe y moral cristiana, la frivolidad televisiva y periódica de atractivas revistas.
Con tal de conseguir tales fines, no se duda en trivializar la cultura que tratan de oficializar gente ligera comprometida con ideales mostrencos.
Con nuestro testimonio de vida, nuestro ideal cristiano y nuestra protesta, hemos de convertirnos en contexto y condicionamiento evangélico de quienes habitan nuestro entorno. Somos su circunstancia y de alguna manera les condicionamos.

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