Es alentador llegar a Teruel por la mañana, después de unos días de ausencia, y encontrarse, en un día espléndido como este sábado, con la ciudad sumida en un quieto silencio casi venerable.
La gente aprovecha fechas así para irse a los pueblos de su mayores, donde la casa vacía espera la mano amiga que abra la puerta y llene de vida y voces conocidas las dormidas estancias. Se notará hoy su ausencia en los que, en número más reducido, acudan a la iglesia a celebrar la eucaristía.
Este silencio luminoso de los sábados, en primavera, es todo un lenitivo para quienes llegan de fuera, un tanto cansados, a esta antigua ciudadela de amarillentas murallas, estrechas callejas y un cielo limpio y puro.
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