sábado, 17 de abril de 2010

Y se hizo el Pan

Ante una necesidad imperiosa que atenaza a alguien, echarse a un lado y limitarse ladeados a confesar nuestras limitaciones, no es precisamente contribuir a dar con el posible remedio apropiado. Gustamos de razonar nuestra impotencia y dar carácter de autenticidad a nuestras excusas. Las excusas son confesiones respetuosas de debilidad y desidia, cuando no de indiferencia. No mucho menos.
Jesús, junto al lago de Galilea, invita a sus discípulos a que den de comer al gentío que le sigue durante varios días, ya al borde de la noche, y Felipe, infeliz calculador, se excusa: ¿De dónde podemos nosotros dar de comer a tanta gente? Es la voz apagada, cómoda y evasiva de la disculpa razonable
Jesús está pensando de diferente modo. El amor atina siempre con escondidas soluciones que desde la indolencia naide sabe plantear. Hay que dejarse llevar por el amor al otro, porque el amor sabe caminos ocultos y prodigiosos que la displicencia no adivina. Dicho y hecho. Jesús no dilató más la tensión de aquel momento. Y se hizo el Pan.

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