El hecho culminante de la resurrección en el misterio salvador de Jesús, resalta como un grito de júbilo por el contraste con la vivencia lastimosa de su pasión y muerte. Cristo muere como un bandido más y resucita de pronto como el golpeteo glorioso de un relámpago que naciera de las mismas manos de Dios.
Los evangelistas gustan de destacar la transparencia luminosa de Cristo transfigurado o resucitado recurriendo a la intensidad cegadora de un blanco blanquísimo. Los poetas, de semejante modo, lo imaginan como el renacimiento nítido del almendro o la apretada floración del cerezo.
Es la cálida luz deslumbradora con que envolvemos el estreno de su gloria. Una luz que abrió los ojos de sus discípulos e ilumina la estrecheces oscuras de nuestra fe.
Ojalá que su vivencia gloriosa nos despierte también a nosotros de nuestra dejadez y entumecimiento espiritual, para vivirlo luminoso siempre desde una fe inconmovible y un comportamiento intachable.
Los evangelistas gustan de destacar la transparencia luminosa de Cristo transfigurado o resucitado recurriendo a la intensidad cegadora de un blanco blanquísimo. Los poetas, de semejante modo, lo imaginan como el renacimiento nítido del almendro o la apretada floración del cerezo.
Es la cálida luz deslumbradora con que envolvemos el estreno de su gloria. Una luz que abrió los ojos de sus discípulos e ilumina la estrecheces oscuras de nuestra fe.
Ojalá que su vivencia gloriosa nos despierte también a nosotros de nuestra dejadez y entumecimiento espiritual, para vivirlo luminoso siempre desde una fe inconmovible y un comportamiento intachable.
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