lunes, 12 de abril de 2010

La luz resucitada de Cristo

El hecho culminante de la resurrección en el misterio salvador de Jesús, resalta como un grito de júbilo por el contraste con la vivencia lastimosa de su pasión y muerte. Cristo muere como un bandido más y resucita de pronto como el golpeteo glorioso de un relámpago que naciera de las mismas manos de Dios.
Los evangelistas gustan de destacar la transparencia luminosa de Cristo transfigurado o resucitado recurriendo a la intensidad cegadora de un blanco blanquísimo. Los poetas, de semejante modo, lo imaginan como el renacimiento nítido del almendro o la apretada floración del cerezo.
Es la cálida luz deslumbradora con que envolvemos el estreno de su gloria. Una luz que abrió los ojos de sus discípulos e ilumina la estrecheces oscuras de nuestra fe.
Ojalá que su vivencia gloriosa nos despierte también a nosotros de nuestra dejadez y entumecimiento espiritual, para vivirlo luminoso siempre desde una fe inconmovible y un comportamiento intachable.

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