jueves, 8 de abril de 2010

Con el alma al hombro

Así van muchos.
Hay personas que nacieron andando, libres para todo. Están en todas partes y en ninguna en particular donde quieras dar con ellos. No siguen horario alguno; el horario son ellos mismos, a su antojo, improvisando siempre. Su inquietud es proverbial. Se mueven constantemente y siempre tienen prisa, nadie sabe para qué. Aquí, allá, a un lado, al otro, arriba, abajo, como canjilón de noria. Son un fardo de prisas sin procesar.
¿Trabajan en algo concreto? Parece ser que sí en muchas cosas. ¿Descansan alguna vez? Parece ser que no. Su mejor descanso es no descansar nunca. Son como esas aves de presa, siempre prendidas del aire, que a veces ni aletean, pero no cesan en su itinerario inalcanzable. Están y ya no están, fuera del alcance de todos.
Hablan con todos sin decir casi nada, porque hablan andando, sin detenerse, y no tienen tiempo suficiente para decir algo. No les invitéis a un viaje: están de viaje siempre, viajes domésticos de corto alcance que no van muy allá, con unos papeles bajo en brazo. Van, vienen, saludan con un gesto fugaz y una sonrisa estereotipada. Son un adiós interminable, siempre a pie, como carteros. Uno lo piensa y acaba jadeando y nervioso también, por contagio, convertido en despedida interminable. ¡Adiós, adiós

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