miércoles, 7 de abril de 2010

El avaricioso y la crisis

La avaricia de unos pocos ha arrinconado a la mayoría en la miseria.
El avaricioso no es un hombre normal; su avaricia le desquicia. Un hombre equilibrado no es avaricioso. El avaro acumula riqueza apasionado de apremiante manera y ese mismo desorden de poseer sin tino le impulsa a guardar por el mero afán de acopiar sin saber para qué. No conoce la medida, la ponderación ni la tranquilidad. Vive desasosegadamente inventando ruindades que le faciliten incrementar sus ingresos sin tregua.
El avaricioso tiene los ojos pequeños y agudos, la mirada corta, la piel amarilla, entre el níquel y el oropel, y el puño prieto. No tiene fe ni esperanza; tiene dinero. Huraño consigo mismo, no disfruta de lo que posee, apiñado consigo mismo. Es un hombre solo, porque tiene cobrizo y estañado el corazón mezquino. Ama a su prójimo, pero su prójimo es él.
De pronto la crisis económica puebla de números rojos las opíparas cuentas de sus libros. Nadie sabe qué salida le queda a su cicatera estrella. No lo sé yo, al menos.
¿Tendrá algo que ver todo esto con la noticia oscura y sin comentarios que ha traído la prensa estos días? Dios no lo quiera: el número de suicidios supera al de accidentados en carretera. Se dice pronto.

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