viernes, 16 de septiembre de 2011


Digamos que el séquito acostumbrado de Jesús ha ido creciendo, y aquí Lucas nos hace saber que, increíblemente, entre sus seguidores figuran también algunas agradecidas mujeres que le son deudoras de su salud corporal y espiritualidad. El evangelista nombra a algunas que cobraron especial relieve: María Magdalena, la pecadora conversa, Juana, la esposa del intendente de Herodes, y Susana. Son mujeres de la alta sociedad que lo dejan todo para servir a Jesús, un hecho inconcebible que contrasta con la marginación a que estaba entonces sometida la mujer. Es éste un comportamiento ejemplar propio de la primitiva Iglesia; recordad a Talita, que ejercitó la diaconía tejiendo para los necesitados, el servicio de las mujeres en la comunidad.


Divagación: Preferencia por los pobres

La Escritura se decanta por la acogida a los pobres desde que el pueblo de Dios, asentado en la tierra prometida, se estructura socialmente de modo jerárquico, dando lugar a diferencias sociales, con la aparición de pobres y marginados. El evangelio no sólo los declara bienaventurados, sino que proclama ideal el desprendimiento en el seguimiento de Jesús, el mesías de los pobres, que nace, vive pobremente y establece que lo que se haga a uno de ellos, se le hace a él en persona. El rico vive pendiente de sí y de cuanto tiene. Sólo el pobre, desasido de todo como el aire, puede seguir a Cristo, libre de peso, pesares y pesadumbres.

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