miércoles, 7 de septiembre de 2011

Las bienaventuranzas


Las bienaventuranzas son proclamaciones de dicha gustada ya aquí en la tierra. El reino de la felicidad pertenece a quienes obran en consonancia con la palabra de Jesús. Son fórmulas de bendición que el evangelio usa con cierta frecuencia, y no sólo en este discurso que llamamos de las bienaventuranzas. Estas fórmulas aparecen cincuenta veces en el conjunto de todo el Nuevo Testamento y veinticinco de labios de Jesús. Es fácil concluir entonces que Dios desea la felicidad del hombre y para ello establece cuáles pueden ser los mimbres con que tejer esa felicidad en nuestro corazón. No una felicidad transitoria y efímera, sino la felicidad definitiva y completa. Dichosos los pobres, los mansos, los afligidos, los puros, los que construyen la paz, los perseguidos por la justicia... Pero dichosos también: los que saben perdonar, los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen. María, que ha creído en las palabras del ángel, y aquel que no se escandaliza de Jesús o ese servidor que su amo, a su regreso, encuentra vigilante. Y tú mismo, si no te pueden devolver el dinero que has prestado, con aquel que se entusiasma al pensar que cenará un día a la mesa de Dios en el Reino del Señor. Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis, vosotros, cuyos nombres están escritos en los cielos, sobre todo si sabéis ser serviciales los unos de los otros, dichosos todos los que crean sin haber visto... Y es que estos deseos de felicidad de Jesús, llamados macarismos, pueden resumirse en uno sólo: Dichoso aquel que asume, hace suya y vive plenamente la palabra de Dios.


Divagación: El difícil arte de la política


Un amigo que fue gobernador civil de provincia, asqueado de los entresijos de la política, se ha retirado de toda clase de ejercicio y pertenencia partidaria. La política bien entendida es un arte y requiere vocación para ejercerla al servicio de los demás, pero no siempre es fácil cuando pone en tela de juicio las propias convicciones, contrariadas por el interés político. Antes de claudicar del dictamen de la propia conciencia, es preferible excluirse uno mismo de lo que cruje en el ánimo de la propia rectitud. La verdad está por encima de los manejos interesados de los hombres, y de espaldas a la verdad y a Dios, la bondad se resquebraja. No se trata de huir de nada, sino de encaminarse por las sendas del sentido común.

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