miércoles, 28 de septiembre de 2011
Te seguiré, pero.....
El seguimiento de Cristo no admite condiciones ni demoras, antes lleva consigo una determinación irrevocable y decidida. Seguir a Jesús no puede ser un mero ensayo para ver qué tal, sino una resolución que no admite vuelta de hoja. Los tres episodios de gente que pide seguirle exigiéndole que se ajuste a sus intereses, no miden la seriedad y el carácter de urgencia que Dios imprime a su proyecto de vida evangélica, cuyo objetivo no puede aguardar a que éste o el otro, apenas iniciado el camino, se empeñan en mirar hacia atrás. A Jesús se le sigue del todo, sin reservas. Seguirle en su proyecto de vida y estar pendiente de lo que ha dejado atrás, comporta perder el paso y cerrarle a Dios la puerta que acaba de abrirte. El seguimiento de Jesús lo es a ojos cerrados.
Reflexión: El mensaje de la enfermedad
Si la vida son los ríos, se entiende que su caudal vaya incrementándose con nuevos aportes a lo largo de su curso. De alguna manera, vivir la vida nos enriquece. Sólo que no faltan amagos y avisos de muerte en el lenguaje amargo de la adversidad, que es siempre un cuchillo emboscado en el misterio. Adversidad es el advenimiento acedo de la enfermedad. Un buen día, el corazón deja de sonreír y sólo la entereza cristiana evita desmayos inmaduros e inconvenientes. La enfermedad es un mensaje muy personal que lleva el sello de Dios. Se exhorta al que sufre que ponga la sangre de sus heridas, al pie de la cruz, en el mismo charco en que vació la suya el corazón de Cristo. Pues, eso. Ayer era tiempo de reír, como diría Qohelet; hoy lo es de alzar serenamente, como Jesús, la vista al cielo, poniendo nuestras lágrimas en los ojos crucificados de Cristo. En ocasiones, los ríos alcanzan las arenas tórridas del desierto y se secan.
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