Tres son las parábolas que versan sobre la viña, con la salvedad de que ésta de los dos hermanos tiene por destinatarios a un sector de la autoridad religiosa, los saduceos, compuesto por sumos sacerdotes, ancianos y latifundistas. Era gente aristocrática asociada, más que en un grupo religioso, en una partido político. Se codeaban con los romanos y su sensibilidad religiosa no admitía más fe que la heredada de Moisés, por lo que prescindían de los profetas y no creían en la resurrección. Asolada la ciudad y el templo por los romanos, quedan excluidos de la sociedad hebrea. La parábola apela a sus oyentes implicándoles en la búsqueda de su sentido figurado, mediante una pregunta sobre cuál de entre dos hijos sigue la voluntad del padre. El uno, remiso y rezagado, después de negarse, aunque a regañadientes, va a la viña; el otro accede, pero no va. El hijo rezongón representa a aquellos judíos alejados de Dios que, convertidos, se acogen el mensaje salvador de Cristo, como los publicanos y las prostitutas. Pero están también los que mienten cuando aparentan complacer al padre. Son los jefes religiosos, que rechazaron a Juan Bautista porque les reprochaba su mala conducta, y rechazan también a Jesús, que les resulta igualmente incómodo. Al fin, ambos son profetas. Jesús sentencia que incluso publicanos y rameras les han tomado la delantera y mal que les pese, pasarán a ser los primeros en el corazón de Dios. Como Mateo, Zaqueo, la Magdalena, que dan un vuelco a su vida, ajustándose a la voluntad divina Este es, pues, el evangelio de la esperanza para quienes han vivido descarriados y tocados por la verdad de Dios, se comprometen a vivir según el modelo que es Cristo.
Reflexión: Lloviznando
Acostumbrado, como religioso a mirar a lo alto, sigo con interés los avatares del tiempo, porque espacio y tiempo son coordenadas en que se sitúa la vida. Estamos tocando el otoño y no llueve. Ayer mismo, por la mañana nos ha humedecido el ambiente ese amago de lluvia que es la llovizna, una llovizna supuestamente impalpable de la que nadie hace caso, y que llaman por eso calabobos. En ese casi no ser puede residir el motivo de que, indefinida, los intentos de denominarla de algún modo sean numerosos; en Cuenca llaman cernedillo a tal aprendiz de lluvia, en otro sitios prefieren referirse a ella como orvallo, en el norte sirimiri y en alguna otra mollizna. La llovizna no es apenas; simula que quiere llover, lo intenta al menos, y hay ocasiones en que se emboba ella misma y no cesa, monótona, tibia y escasa. La de ayer, ni eso.
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