jueves, 1 de septiembre de 2011
Desde la barca
No existía entonces, en la expresión literaria, el recurso de describir escenas o cosas para hacer saber cómo son, y el evangelio, que es un relato, no es una excepción; sin embargo, aquí, en el pasaje evangélico de hoy, tenemos una estampa de Jesús predicando desde la popa de una barca perfectamente descrita.
La gente, afanosa por oírle, se agolpa de tal manera que Jesús ha de apartarse aprovechando que acaban de fondear dos barcas de pesca junto la orilla. Desde una de ella, la de Pedro, Jesús predica a la gente sin apreturas, pausadamente, y concluida su prédica, ocurre además, aparte, con algunos de sus discípulos, el hecho insólito de la pesca prodigiosa, asombrando a los suyos, que no acaban de comprender lo que ven sus ojos, mientras arrastran esforzadamente hasta la orilla las redes rebosantes de peces.
Divagación: A las seis de la mañana
Jueves, a las seis de la mañana, la ciudad todavía está dormida, auque empieza ya a despertar, antes de despuntar la aurora. Todo lo envuelve aún el silencio de la noche y la quietud tiene visos monacales. Es la gran virtualidad de la noche: las prisas, las condenadas prisas, quedan relegadas hasta que amanezca otra vez con su acostumbrada algarabía y apresurados desplazamientos, entre ruidos, y estridencias.
Una grata temperatura y un soplo de brisa fresca y tierna como una caricia invitan a subir a la azotea, desde donde la luna casi no está, reducida a un breve trazo blanquecino doblado sobre sí mismo, como si también ella permaneciera recogida.
Dicen que hoy bajarán las ardientes temperaturas, desorbitadas hasta ahora. ¡Ojalá!
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