sábado, 3 de septiembre de 2011

Las espigas del sábado


El cometido de honrar a Dios el sábado, descansando a la manera como hace el Creador al séptimo día, se convierte entre los judíos en un férreo mandato que extrema su cumplimiento hasta la ridiculez. Si estaba permitido, en caso de hambre, deshacer en la palma de la mano un puñado de espigas cogidas de un sembrado para paliar la extrema necesidad, escribas y fariseos se escandalizaban de lo que consideraban un vergonzoso desacato a la ley. Jesús, aduciendo ejemplos de la Sagrada Escritura, les desengaña y les hace ver que, en última instancia, él, Hijo de Dios, es Señor del sábado, porque la ley es ley divina, no ley de hombres.

Un crucificado anónimo

En un museo israelí se exhibe el hueso de un tobillo perteneciente a un sedicioso crucificado por los romanos. El hueso muestra retorcido el clavo que lo mantuvo sujeto a la cruz. Se supone que, no pudiendo retirar el cadáver al impedirlo el clavo, que se había doblado como un anzuelo en la madera, hubo que serrar el leño para liberar el pie. Quiere decirse que al crucificarlo, le clavaron los pies a un lado y otro del madero, en vez de en la parte delantera como sucede con Jesús. ¿Cuál era corrientemente entonces la costumbre de clavar los pies? Me quedo enganchado en la incógnita.

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