viernes, 23 de septiembre de 2011

¿Quién decís que soy yo?

A los discípulos de Jesús les contrariaba que el mismo Hijo de Dios tuviera que poner su vida a los pies de la perversión de sus adversarios. No tenía mucho sentido que así fuera. Y un día, sucede que efectivamente le asesinan y que otro día, de repente, aparece entre ellos vivo otra vez. La alegría los enloquece. Una alegría inenarrable que ni les permite pensar. Él está ahí de nuevo. Y el contenido de su fe da un vuelco, porque todo ha cambiado. Ahora creen firmemente en Jesús muerto y resucitado, lleno del Espíritu de Dios. No les preguntéis cómo ha sido. Ni se lo cuestionan. Pero hasta san Pablo, años después, enseñará que el mismo Espíritu divino que hace las veces de Jesús en la Iglesia, le devolvió a la vida de Dios que había dejado aparcada en las manos del Padre. Esa es nuestra fe.

Divagación: La dependencia del móvil

No sólo el tabaco, el alcohol y las drogas crean dependencia. Hay quien no se quita el móvil de la oreja ni para saltar un charco. Se habla de la alelada ensoñación de una tiza en manos de un tonto o algo así. El móvil es la tiza del alelamiento de muchos. En ellos, el móvil ha dejado de ser un artificio para el hombre, un instrumento a su servicio; el hombre es para el móvil, esclavizado a su imperiosa necesidad innecesaria. Los hay incluso, niños aún, que lo han convertido en algo así como su animal de compañía. Quitadles el móvil, y su vida perderá todo sentido. ¿Qué es la vida sin un móvil en que invertir el tiempo tonto de no hacer nada, en hablar con quien sea sin descanso y sin tino? El móvil es un horizonte abierto hacia la inmensidad de la nada, donde un lenguaje cargado de tópicos y frases hechas fluye a borbotones como una estela de insubstancialidad y sosería. El móvil propicia al usuario desmedido, un modo de estar, no un modo de ser. Hacen bien los colegios en prohibir el móvil, incompatible con la dedicación que la disciplina del estudio exige. Se comprenda o no, el móvil no lo es todo.

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