viernes, 16 de diciembre de 2011

Juan y el testimonio divino

Es Dios quien envía a Jesús y es Dios quien da razón de su condición divina. No es tanto el testimonio de un hombre, cuanto el de Dios quien revela la mesianidad de Jesús. Juan aportó la luz de su pequeña lámpara para hacer menos densa la noche judía que no dejaba ver claro; Dios, mediante el Espíritu, pone en Jesús el dedo prodigioso de su poder. Los milagros compasivos de Jesús son el recurso de que se vale él para reparar los girones rotos de la humana condición; el Padre los convierte a su vez en sello de credibilidad en favor de su Hijo. Pero no son sus milagros los que nos salvan, sino el amor con que se da a los hombres y a la muerte para convertir su sangre en moneda de cambio para justificar al hombre.
La cruz diviniza la sangre de Cristo.

Reflexión: El arte y sus circunstancias

Hay obras artísticas espléndidas de toda suerte cuya realización obedeció a un hecho fortuito o a la esforzada voluntad de quien supo entrever la genialidad del artista y lo patrocinó, del mismo modo que faltan muchas otras por la incuria o cerrilismo de la ignorancia rabiosa que las incendió. Gaya Nuño tiene una obra en la que enumera y estudia un conjunto notable de obras arquitectónicas desaparecidas, muchas de ellas con motivo de la exclaustración . Pienso ahora en la Capilla Sixtina, que no sería sin el empeño y recia voluntad de Julio II. En la India hay algún monumento fraguado como agasajo a la afortunada esposa del enamorado marajá de turno. Es absurdo ese juicio encorajinado de quienes reprochan a la Iglesia y en menos grado a la nobleza haber patrocinado la creación artística con encargos que ornasen caserones e iglesias. ¿Hubiera sido mejor que nadie hubiera patrocinado a los artistas en cada momento? ¿Qué hubiera sido de ellos y del arte mismo que nos legaron? Menos mal que lo hizo la Iglesia.

Rincón poético



AQUÍ MISMO
Aquí mismo, embarradas
y hábiles manos artesanas

moldearon vasijas y hubo un horno
incandescente
que dio firmeza al barro frágil.

En el subsuelo todavía,
el sudor rudo de unos hombres ágiles
dio fundamento a la chiquillería
que hoy acude a un colegio.

Austera educación
ha de hornear también
el corazón al raso de unos ojos
que otean sin mirar el horizonte
que han de poblar un día.

Que no se apague nunca
el horno aquel, acristalado

en un pasado gris, que alarga
su mano llameante hasta esta orilla.

(De Poemas para andar por casa)

No hay comentarios:

Publicar un comentario