El prólogo del evangelio de Juan resume las líneas básicas de todo el texto, y de ahí su densidad y apretura. A Dios hay que buscarlo en el hombre, porque es en el hombre donde Dios se hace visible y se da a conocer. No podemos buscarlo fuera de nuestra historia y de nuestro mundo, porque humanizado en nosotros, es ya parte imprescindible de nuestro mundo. “Al mundo vino y en el mundo estaba”. Desde entonces, es inconcebible sin nosotros. Sólo que “los suyos no lo acogieron”, no supieron identificarlo al buscarlo donde no estaba. Es un desatino buscar la experiencia de Dios fuera de la experiencia del hombre; creer que podemos encontrarnos con Dios sin encontrarnos antes con el hombre; amar a Dios, sin amar al hombre. La Palabra se hizo nuestra, y si hasta entonces Dios se nos manifestaba por mediaciones de diversa índole, ahora la Palabra vive hecha carne y habla nuestro lenguaje. La gracia de Dios se nos da así en el Hijo, lo que nos emplaza a que nos encontremos en el amor de Cristo a los demás. Sólo viéndonos él entregados a los demás, nos verá él a nosotros como hermanos suyos e hijos de Dios.
Reflexión: El tatuaje
Hasta no hace tanto, el tatuaje era un signo de atraso con que identificábamos a tribus salvajes desconocedoras de la civilización. Lo copiaron los marineros para resaltar su musculatura y hasta Popeye lo hizo suyo. Japón mantuvo la costumbre de envolverse en dragones tremebundos enrojecidos y toda suerte de arabescos y ajedrezados inverosímiles, hasta desaparecer la persona como encapsulada al modo del gusano de seda. Hoy el tatuaje se ha generalizado y vulgarizado incluso con mal gusto y sobrada zafiedad y uno no puede evitar sentirse incómodo ver hombres y mujeres encubiertos con esas incrustaciones enajenantes tachando la propia piel, con manifiesto desprecio a la belleza del cuerpo humano. ¿Se imaginan una escultura griega pintarrajeada por un gamberro?
Rincón poético
MADRE DE DIOS
¿Cómo se explica que intimes
con un arcángel, si no
tienes acceso a la puerta
que da a Dios?
Señora, si no supiera
que eres la Madre de Dios,
pensaría que has robado
luz al sol.
Pensará así quien no sabe
la hondura de tu bondad,
y le ofusca, confundido,
tu verdad.
San José sí lo sabía.
Eres la Madre de Dios,
quien de tu belleza él mismo
se prendó.
No existe mujer alguna
a quien tanto honró su luz.
Tu historia es la misma historia
de Jesús.
Y así es cómo te bendijo
luego tu prima Isabel:
Eres la Madre de Dios
por tu fe.
(De Poemas para andfar por casa)
No hay comentarios:
Publicar un comentario