Reflexión: La biblioteca
Dispongo de una humilde biblioteca que no crece, porque tengo por norma desprenderme de aquellos libros que, una vez leídos, entiendo que no volveré a necesitar, para retener sólo los de uso frecuente. Es, pues, una biblioteca útil, de uso personal. Y en todo caso, los que retiro en cada escrutinio, pasan a la biblioteca común de la fraternidad, donde puedo volver sobre ellos. Amo los libros. Una biblioteca es el legado inapreciable que nos dejan a los necesitados del saber ajeno, los buenos escritores, intelectuales y estudiosos que nos han precedido o nos acompañan todavía, desde la lejanía temporal o geográfica. Gracias a ellos podemos sumirnos en el placer de la buena lectura o estudio. Quien, de cosecha en cosecha, consigue acopiar una buena biblioteca, puede alardear de haber amasado un tesoro. Cada libro es como la partitura armónica y bien pautada del buen hacer de un escritor o de la ciencia que concentró en él una mente preclara. Los simples lectores nos limitamos a interpretar mejor o peor la obra, como el violinista, como el virtuoso del piano o los timbales, como el principiante. El amor al libro inventó la biblioteca. ¡Siempre el amor en todas partes!
Rincón poético
AMOROSO TEMOR
Nadie tiembla de amor, no infunde miedo
la mano que acaricia.
No tiene garras su ternura
ni sangre su arañazo
dulcísimo.A nadie atemoriza
la palabra de Dios,
porque es amor su aliento.
¡Temor a Dios! ¿Quién teme
su presencia amorosa?
¿Quién se cubre la cara
por no mirar su rostro?
La luz de su verdad
que es todo transparencia,
su luz resuelta en brasas,
su amor, ofusca a acaso débilmente.
Pero no atemoriza la mirada
sonriente, aguatada,
musgo disimulado,
de Dios. No asusta, Besa.
¡Quién tuviera la suerte de estar siempre
mirándole al Señor como él nos mira!
(De Poemas para andar por casa)
la palabra de Dios,
porque es amor su aliento.
¡Temor a Dios! ¿Quién teme
su presencia amorosa?
¿Quién se cubre la cara
por no mirar su rostro?
La luz de su verdad
que es todo transparencia,
su luz resuelta en brasas,
su amor, ofusca a acaso débilmente.
Pero no atemoriza la mirada
sonriente, aguatada,
musgo disimulado,
de Dios. No asusta, Besa.
¡Quién tuviera la suerte de estar siempre
mirándole al Señor como él nos mira!
(De Poemas para andar por casa)
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