sábado, 17 de diciembre de 2011

Jesús, Hijo de Dios

Las genealogías que atribuye Mateo a José cuadran con el número 14 que personifica a David, resultado de la suma numérica de las letras que componen su nombre. Es una manera sugerente y simbólica de indicar que, bajo la apariencia documental del texto, hay como una capa freática que nutre y da sentido a la genealogía davídica de Jesús, hijo adoptivo de José.
La promesa divina había situado en la casa de David la cuna donde la mano de Dios mecería al Hijo mesiánico. El evangelista se ingenia la manera de envolver la divinidad de la promesa en el papel de plata de un lenguaje desmaterializado que trascienda la mera literalidad
expresiva de la notificación. Todo se reduce a una noticia escueta: Jesús es hijo de David. El nacimiento de Jesús se inserta en la casta prevista de la casa de David. Jesús proviene en línea directa del rey David.

Reflexión: En mi escritorio

He colocado como fondo del escritorio de mi ordenador un paisaje de nubes, cercado por un panorama silueteado de tejados y terrazas que circundan la vivienda que habito. Se trata de una densa nube de un gris intenso ligeramente azulado, enfocada a contraluz, sobre un plano superior en el que brillan, blancas como gaviotas, nubes dispersas y aborregadas, creando una perspectiva con un punto de fuga lejano que la vista no alcanza. En el ángulo inferior derecho de la instantánea, un puñado escaso de exóticas palmeras alza con altivez su blasón mozárabe. Y cómo no. Sobre los tejados, elevan sus lanzas mostrencas un ejército innumerable de vulgares y desafiantes antenas de televisión.
La naturaleza es siempre bella; no siempre las útiles hechuras del hombre.


Rincón Poético

DESDE MI VENTANA

Amanece de noche
como los búhos.
Le ofusca ardiente el sol
que da energía al corazón del mundo.

Le asustan y avergüenzan,
cuando descorre
los velos de la noche,
los desafueros que comete el hombre.

No sufre indiferente
las desmesuras
que tanto desmerecen
del buen hacer que exige la cordura.

Lamenta, de esta suerte
avergonzada,
que no preocupe al hombre
que Dios le esté mirando cara a cara.

La luna, siempre tímida,
nos compadece
y cambia de lugar
para no ver nuestras insensateces

Con una densa sombra
se cubre el rostro
y sueña cielos nuevos,
constelados de luz, mas sin nosotros.

Su luz, frente a la noche,
sufre relevos.
Ojalá, entre los hombres,
brillara un poco más la que tenemos.

(De Poemas para andar por casa)

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