viernes, 9 de diciembre de 2011

Veleidad e indiferencia

Dice la Escritura: Si hubieras estado atento a mis mandatos, tu paz sería como un río, caudalosa, abundante. Lo que reprocha Jesús a sus contemporáneos es justamente esa indiferencia ante sus palabras. Reprueba la inconsistencia de esa gente, para quien lo mismo da blanco que negro, como niños que juegan a cantar: tanto da entonar canciones alegres como cantos tristes. Nadie sabe lo que quiere. Tanto da una boda como un entierro. Y en esas condiciones de dejadez, no toman a pecho ni su propia salvación. Y por si era poco, no faltan quienes critican con temeraria ligereza la austeridad del Bautista y la naturalidad con que Jesús alterna con pecadores. Es la caricatura de realidades trascendentes que sus contemporáneos no supieron entender. Y así es como muchos le oyen, pero no le siguen. Menos mal que Jesús sigue siendo amigo de pecadores, amigo nuestro por tanto.

Reflexión: La superficialidad y sus intereses

La superficialidad es el lujo vacío de la pereza intelectual. Existe además un tipo de superficialidad voluntaria y maliciosa, la de los que prefieren no saber del todo asuntos que, según sospechan, pudieran contradecir sus propios criterios interesados. Es llamativa la ignorancia supina que muestra gente parlanchina sobre verdades que atañen a la fe y a la Iglesia. Y en todo caso, si no dan con otro truco mental, optan por ocultarse entre los velos del silencio. Se da este mimetismo evasivo ante la persecución creciente de los cristianos en países de sensibilidad religiosa distinta a la de Jesús. Y otro tanto cabe decir sobre el mohín despectivo de la indiferencia ante la acción subsidiaria con que entidades católicas tratan, entre otras aportaciones sociales, de remediar la penuria de quienes, sin trabajo, carecen de lo imprescindible para subsistir.
Creo no equivocarme si pienso que no deja de ser atributo de la necedad la superficialidad voluntaria. ¿Tánto cuesta ser sincero?


Rincón poético


YA NO SOY JOVEN

Mi Señor, tú lo ves; ya no soy joven,
aunque mantengo el corazón despierto
con el que tanto amé, no siempre donde
latía acompasadamente el tuyo.

Ya he segado mi trigo y tengo ardiendo
al fuego la cizaña,
para purificar mis pensamientos
y esta sangre ya espesa con que lato
por ti.

Te amo, Dios mío.
Nunca antes conseguí
amar de tal manera,
aunque sucede, mi Señor,
que a veces se me antoja que te alejas,
en la misma medida que yo voy hacia ti.
En la nave central de mi sosiego,
ya tengo preparada
la alfombra roja donde apenas suene

la cercanía de tus pasos leves.
Pon cuando quieras
la leña incandescente de tus manos
sobre la pira anciana de mi muerte.


(De Poemas para andar por casa)

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