miércoles, 18 de enero de 2012

El sábado, en la sinagoga

Este pasaje reincide en el tema de ayer, la licitud de hacer el bien en sábado. Así presenta Jesús la cuestión ante los dirigentes religiosos que le están observando, presumiendo que Jesús, siempre compasivo, no podrá menos de curar al paciente.
¿Es bueno o es malo curar en sábado?, pregunta Jesús, y nadie se atreve a responder. Nadie se atreve a decir que sea malo. Jesús entonces no duda en proceder en razón.
Cualquier persona normal optaría por hacer el bien, como Jesús, pero el fanatismo es ciego. El fanatismo no se aviene bien con la sensatez ni la prudencia. El fanatismo es precipitado en sus decisiones, de modo que, desairados los fariseos, se alían con las fuerzas políticas para acabar con Jesús.
Que Jesús nos ilumine siempre con su luz y su bondad.


Reflexión: El destornillador

La palabra destornillador es descriptiva y dice qué función cumple la herramienta designada por tan encrispado sustantivo. Pero se me da que, a nivel casero, para todo sirve un destornillador, además de hincar y desentrañar tornillos, faena no siempre fácil cuando la tozudez se encastra en la herrumbre de tan retorcida piececilla. Si hay que practicar un agujero en la pared o en un mueble, a falta de otro instrumental más adecuado y eficiente, ahí está pronto el servicial destornillador; si hay que apalancar no sé qué, el destornillador se arrisca a hacer lo que no debe, a riesgo de perder su necesaria rectitud.
El destornillador es víctima de nuestra menesterosidad. Es el manitas de entre las cuatro herramientas domésticas de que disponemos todos para todo. Se habla del descubrimiento señero de la rueda, del fuego, del adobe y de la vela marinera. El destornillador, tan familiar, tan ubicuo, no goza de pedigree alguno que resalte su omnímoda utilidad. No es justo. Yo reivindico el lugar relevante que le corresponde a útil tan provechoso y propicio en la estimación humana.

Rincón poético


PERDÓN

Quisiera no temer ese momento
crucial en que concurra a tu presencia
falto de tantas cosas que he dejado
sin hacer, negligente y descuidado.
No es, Señor, que te crea
vengador, pero tienes
derecho a señalarme con el dedo
acusador y el gesto dedeñoso.

Sé que he dilapidado negligente
el tiempo que me diste generoso.
No mereciste nunca el desacato
de no ser todo para ti, cual fuiste
del todo para mí. Perdón, Dios santo.
Tengo dolor. Me duele el corazón,
mis latidos me duelen,.
me duelen tanto como a ti, Dios mío.

(De el poemario Invitación al gozo)

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