Esta parábola se inscribe en el grupo de las llamadas el crecimiento, donde están la del sembrador; la de la semilla que cae en campos diversos, y ésta de la semilla que crece sola. En la parábola del sembrador y en la de la siembra de la semilla, es el hombre el que actúa, ante la gracia de Dios que es la palabra; en esta otra, es la semilla misma la que crece, porque la fuerza de la gracia tiene la vitalidad misma de Dios
La tierra es la bondad del hombre. Y en su crecimiento se advierten la asimilación interior por parte del hombree, y la transformación espiritual consiguiente. La tierra buena fructifica siempre y el fruto es la respuesta de la bondad del hombre a la vitalidad de la gracia, propia del mensaje de Cristo.
Crezcamos poco a poco en gracia y amor de Dios, para hacer crecer a los demás con nuestro influjo.
Reflexión: La ceremonia del te
Los europeos hemos banalizado la ceremonia del te. Tomar el te es un rito entre religioso y doméstico para un japonés. El sentido religiosos de la vida pone un halo de silenciosa espiritualidad sobre los componentes de la ceremonia que adquiere un cierto aire de venerabilidad y nobleza. La ceremonia del te es una bella celebración así entendida. El occidental apenas si gusta otra cosa de tan grata infusión que la ocasión de dialogar y sólo le queda la puntual cita para su celebración laica y desnuda, a las 5h. de la tarde. Hemos desterrado el olor a incienso que tuvo siempre la espiritualidad y la bondad del corazón. ¿Para qué sirve la bondad y sus adláteres? En nuestra civilización Dios casi no está: ha sufrido un infarto.
Rincón poético
COMO LAS SOMBRAS
No sé, Señor, el tiempo que aún me queda,
porque no sé, mi Dios, el tiempo que me has dado.
No me preocupa, al fin. Quien me va urdiendo
la trama en el telar, sé que es tu mano.
El tiempo son hilachas
de eternidad que al hombre han hilvanado.
Por eso, de su Dios
el tiempo, agradecido, dice tanto.
El tiempo es una rueda y sólo tú
sabes las vueltas que le has asignado.
El día que detenga una pendiente
el curso que tú mismo le ha trazado,
latirá la alegría innumerable
con que me acojan, mi Señor, tus brazos.
No sé, Señor, el tiempo que me queda.
Me importa el tiempo acaso
que no he sabido utilizar,
ya transcurrido y desaprovechado.
¿Qué importa el tiempo a quien
ha vivido ya tanto?
Me importa sólo el tiempo que me queda
para estar a tu lado.
(De Invitación al gozo)
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