viernes, 3 de febrero de 2012

Asesinato de Juan Bautista

Jesús es un hombre sensible y le duele la muerte de sus amigos, la de Lázaro, la de Juan Bautista.
Cuando el poder asume atributos totalitarios como los de Herodes, la arbitrariedad no ocasiona resquemores de conciencia, y se mata caprichosamente sin ton ni son.
Han pasado siglos y nos horroriza pensar que esto pudiera ocurrir en nuestras narices, pero no hay que escandalizarse, porque en el tercer mundo, tan ajetreado por las materias primas que ambicionan los países ricos, se están cometiendo crímenes horrorosos y atropellos que avergüenzan al mismo sentido común.
El precepto de Jesús de amarse los unos a los otros, está muy lejos de entrar en el corazón humano de muchos. El uso del poder, la ambición, los intereses creados y el dinero corrompen el corazón del hombre que no ama otra cosa.
Que Dios nos dé fuerza en la oración, al pedirle que el hombre empiece a reconocerse hermano de todos.

Reflexión: La maldad existe

La maldad existe como componente de la conducta humana. Es el vacío de Dios, su ausencia absoluta.
Solemos personificar la malignidad de la astucia en la figura tórrida del diablo. Diablo es todo lo que se opone a la santidad de Dios. La sombra diabólica abarca cuanto tenemos por pérfido y maligno. Y hay formas de maldad tan metafísicamente perversas, que ese recurso a la personificación se nos antoja necesario para sensibilizar su nada inocente abstracción. Pensadlo como mejor os parezca, es asunto imaginativo particular; pero no dudemos de que su maldad más redomada existe y envenena el corazón del hombre hasta asilvestrarlo.

Rincón poético

ENSÉÑAME A NAVEGAR

Tu barca tiene dos velas
que gobiernan Juan y Pedro.
Ten en calma el oleaje,
porque, sin ti, se va hundiendo.

El viento arrecia furioso,
la orilla queda muy lejos
y el mar, asustado, grita
enfadado como un viejo.

En el mar de Galilea,
ha sucedido un portento.
Mi barca tiene dos velas
que gobiernan agua y viento.

Enséñame a navegar,
que no me conturbe el miedo.
Basta con que me acompañes
hasta que, al fin, toque puerto.

Y entonces, invítame
a tu Cena; yo te llevo
al jardín enamorado
de ti, en mi mismo convento.

(De Invitación al gozo)

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